La negra noche…

Que me dejó abandonado allá por el norte de la ciudad,  conté a ustedes el viernes pasado. Ya el volks inservible  miré el mundo exótico: barrio desconocido, callejas desiertas, casas a oscuras. Descorazonador.
De repente descubrí allá lejos el pistojear de una lucecilla: la parada del autobús. Me le fui y a codazos logré una orilla del techo que protegía de las lloviznas nocharniegas.  Del mercado cercano, ya cerrado a esas horas, el tufo a ratas, coles rancias, pudrición. El de la chazarilla:
– Chinche micro, que no llega. Y este mal tiempo, esta carestía: leche, tortillas, huevos.
– Deje los huevos en paz.
– En paz los dejé,  que si no ya anduviera con la AK-47 contra Los Pinos.
Alguno suspiró: “Vamos mal”. (Animas del minibús). Un bandazo de viento. La nalgoncita: “Y yo ensopada con la única sopa que he probado en todo el día. Creo que me voy a echar uno, ái compermisito; ¡Ahhh…chís!
Yo me sequé la salpicadura en este cachete, miren. Junto a mi oreja, rancio el aliento: “No, y agárrense”.
– Yo así estoy bien –el de la cotorina.
– Agárrense, porque todavía hay espurio pa rato.
Cruz, cruz. Me la persigné, observé, en la negrura, aquel foquillo de 30 wats con su pinta de lucero, y allá arriba aquel lucero con su pinta de foquillo de 30 watts. A lo lejos, fanales. ¿El autobús? Un Gran Marquís, que hecho la madre pasó sobre el charco y nos bañó el muy hijo de la Gran Marquís. “Me dejó más enlodado que hijo de la Sahagún”.
Suspiré. Pero de súbito el optimista que nunca falta y siempre sale sobrando: “Ya vienen tiempos mejores…”
(¿Que qué?) Silencio. En el cielo, un retumbo. Retador, el ventrudo jetón: “¿Tiempos mejores con el impostor allá arriba?  No joda…
Tres pedradas en la lámina del techo, uno en plena cara.  “Y ora hasta granizo, pa acabarla de tiznar”.
– ¿Tiempos mejores con esa recua de ineptos? (El de barba, arete y cola de caballo).
– Tiempos mejores. Lo sé de muy buena fuente.
Lo distinguí: joven dejaras de ser, y optimista por joven. Dios te oiga. Traté de subir un brazo para persignármela. Una chaparrita bustona: “¡Ora usté, viejo lépero! ¡Conrado, dile que vaya a tentárselas a la más venérea de su cantón, pinche ninfómano!
Qué pena “Los buenos tiempos no tardan. Hay que estar preparados”.
El del morral oaxaqueño: “¿Es usté achichincle del Cordero de Dios, que quita los dineros del mundo?”
– Lo aseguró el mero trinchón, y él no sabe fallar.
– Chale, ¿Calderón?
– No mame. El de mero arriba.
– ¿Dios padre?
– Allá arriba, en Tacubaya. Es un cuate mío que trabaja en el meteorológico. Que vienen tiempos mejores, me dijo.
– ¿Pero ese qué sabe de economía nacional, oiga?
– Tiempos mejores. Que el clima se va a estabilizar, no que estas tormentas y estas inundaciones.  Tiempos mejores, me dijo.
Silencio. A lo lejos, una ambulancia Y ahí, de repente, la voz anónima del anónimo arrabal: “Bueno, sí, ¿pero ese del meteorológico no será del gabinete de Calderón? Porque entonces ya estuvo que nos jodimos con el tiempos de perros que se nos echa encima.
Volvió el silencio. La negra noche tendió su manto… (Y fin.)

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