Mefistofélico

A ver, a ver, ¿y eso? ¿De dónde me salió el visitante? ¿Quién le franqueó la entrada? Con lo que  he recomendado a mi ama de casa que a nadie le abra la puerta de entrada. Pero en fin, que ya tenía yo frente a mí al advenedizo. alto, flaco, nariz de alcayata, mirada que me taladraba la mente. ¿Legionario de Cristo, ministro de la Santa Muerte, Testigo de Jehová? Dejé de escribir. “El Valedor, supongo”.
Me dí el levantón. Traté de enfrentarlo, de pronunciar un conjuro. “Su día de suerte. Vengo a afiliarlo a un equipo de caza”.
¿Que qué? Mucho he vivido y muchas invitaciones de todo tipo me han formulado, pero a  un equipo de caza a mí, que nunca he sabido lo que es tener un arma de fuego en mis manos; a mí, cuya religión es el respeto a toda forma de vida, vegetal o animal. A mí,  invitarme a cazar…
– A cazar, sí, pero no cualquier clase de caza, sino al deporte de los nobles ingleses, ¿se imagina?
Y que el equipo se integra con monteros, con rastreadores y guías para dar con la víctima, y que a todos reporta soberbias ganancias. “¿Pero se da usted cuenta? A un pacifista invita a matar. ¿Yo unirme a una partida de sádicos para asesinar inocentes? Pues qué, ¿tengo acaso  pinta de noble inglés?”
– Me temo que no. De  plebeyo, cuando mucho,  pero su aspecto no tiene importancia.
– Ya me veo disfrazado con casaca roja, pechera blanca, botas altas de color café, acicates de bronce y el bombín en la testa. Ridículo.  Me la va a perdonar. Estoy atascado de trabajo y…
El, impertérrito, que para qué bombín, que para qué casaca y botas altas con acicates. “Al natural, con su ropita del diario…”
– Mire, señor: ni  tengo cabalgadura ni nunca mi entrepierna se ha maltratado en los lomos de un penco lomo gateado, imagínese.
– ¿Y quién habla de pencos? Ni caballo, ni uniforme, ni acicates de bronce. Así, tal cual, naturalito. ¿Se integra al equipo de caza?
– ¿Pero yo qué pitos iría a tocar?
– Ni el propio, si no le place. Con todo respeto ¿me permite la confianza? Mire su aspecto, su ropa, su mundo. A su edad, ¿80, 85 años? Porque aparenta más. El hambre es canija. Ahora observe su penumbroso cuchitril. Ni un mal taburete que ofrecer al visitante. Porque vamos a ver: ¿tiene caja fuerte donde guarde las joyas de la familia, su cuenta bancaria, los títulos de sus bienes raíces? Pero qué títulos va a tener, si usted viaja en metro y vive (sobrevive, más bien) como un apestado, sin más compañía que un mísero gato tan desvalido como usted. Sólo y su alma dónde irá usted a caerse muerto…”
Me calenté: “¡Es mi vida y es mi decisión, y a mí ningún sádico va a venirme a afiliar a ningún cartel de asesinos!
– Ni se imagina  los beneficios de quienes han ingresado al equipo; pero ya hemos gastado mucha saliva. ¿Le entra o no le entra a la caza del zorro?
– ¿Caza del qué? ¿De cuál zorro? ¿Me la vio de montero, de rastreador? Y ultimadamente, ¿aquí cuál zorro para cazar?
– Sobran, y aquí es donde entra usted. ¿Qué papel le acomoda? No podenco, es obvio; no sabueso, mucho menos rod-weiller. Chucho de Nueva Izquierda no le iría mal. Mire: al término de la cacería, ¡mmm!, soberbio comelitón se va a dar con los restos del banquete de los nobles. Y en el banco, el cuentón.
– Ah, entonces los zorros que hay que cazar…
– Dos, por lo pronto, El Peje y Martín Esparza, ya en plena  estampida. Ahí es donde entra usted de refuerzo: ladrar, babear, morder, triturar, masacrar, desgarrar.  ¿Qué dice,  le entra? (Ahijuesú)

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