Nalgatorio

Seguro estaba, mis valedores, de que nunca volvería a sufrir una semana de gimnasio, pero pegué el reculón: tres días me llevo lidiando con pesas, torsiones y abdominales, y todo es pujar, resoplar y apretarlas en la empresa imposible de volver a mi primera juventud, yo que voy en última. Al conocer mis pretensiones, el entrenador:

-¿En una semana rejuvenecer ese físico? No me ch´inglés. Y la semana ya se nos fue, hoy ya es lunes…

Yo, en mi impaciencia, imprudente de mí: “¿Y si me aventara un par de jeringazos? Silicones por aquí, chapopote por allá, unas arrobas de esteroides por acullá”. Meneó la testa: “¿No escarmienta en nalga ajena? ¿Quiere ir a dárselas a la Albornoz y le vaya a ocurrir lo que a la Ale Guzmán por andárselas inflando con silicón? Órale pues, a sufrir”.

Me trepó al mundo encima, barra y discos de este tamaño. “Que no se le doble porque se jode la espinita dorsal”.

Dios. Tres días padeciendo las rutinas de hombro, pecho y puntos circunvecinos, con la esperanza de amanecer el lunes vuelto un Adonis. Regresé ayer de sudar el tanto de quince, veinte, treinta minutos, me contemplé al espejo; de frente, de perfil, de tres cuartos, y ya flexionaba esta zanca, y ya me pandeo, me tuerzo, inflo el pecho, contraigo el abdomen y tenso los bíceps, la frunzo, los paro, lo aprieto, doy tres pasitos así, enérgico; luego así, con exquisito abandono y languidez, con desdén, con indiferencia…

Ya escucho al criticón: “viejo ridículo. Semejantes desfiguros a tu edad”.

No, mi señor, no es pérdida del decoro personal sino un intento de no perderlo; no locura senil, sino que tengo un boleto para el vuelo del próximo lunes, ¿se da usted cuenta?

Ustedes ya la pescaron, ¿verdad? Voy a viajar en avión, y una vez más La Casa Blanca ordena a los mexicanos que si en “nuestro” país soberano e independiente queremos abordad u avión primero tenemos que culimpinarnos frente al “escáner”, que pudiese entrar en operaciones en cualquier momento y que nos deje en cueros vivos. Porque después del frustrado atentado de un ciudadano somalí que llevaba calzones explosivos (al revés), ahora revisión artesanal, “a mano”, y que extiéndalos, y que ábralas, y que aflójelas, apriételas, agáchate frente al de rayos X, y lo macabrón, mis valedores…

El “escáner”, sí, que me va a fisgonear los calzones y mi explosivo, aunque a mi edad ya ni tanto. Todo esto supone que en la ciudad que habita el encarado de salvaguardad la soberanía de este México libre, autónomo e independiente, me impondrán como condición para el vuelo que me ponga en cuatro frente al “escáner” y que el inspector (¿gringo?) me revise cimas, simas y matorrales, y lógico: quiero evitar que mi física vaya a causar lástimas a los de la DEA, la CIA, el FBI u otras siglas de los inspectores que me va a ver las nalgas como cálido testimonio de la soberanía que entreguistas y vendepatrias mantienen íntegra y enhiesta en mi propio país…

¿Inútil mi sacrificio porque el “escáner”  es costoso y este gobierno carece de dólares para alquilarlo? No habrá sido inútil, que entonces le entraré a la moda que anuncia la nota del pasado lunes: “moda de EU: se expresan en ropa interior en el metro”. En la foto, doncellitas diversas, sin necesidad de “escáner”, los calzones al aire. Es gringa la moda, y los gringos de segunda la obedecemos, así que yo también, trucita al viento en el metro Balderas… (Ridículo.)

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