Y no quiero morir…

La trascendencia, mis valedores, esa secreta esperanza de que no morimos del todo. Que yo, ya difunto y según pasen los días, las semanas (los meses, ¿será mucho pedir?) alguno llegue a acordarse de mí; que me recuerde de buen talante, o al menos no disgustado del todo. Esta necesidad de trascendencia como uno de los condicionantes de la salud mental…

Hablé de dos figuras de la Conquista y hoy digo de la Independencia: ¿Personaje más ensalzado por la historia oficial que Miguel Hidalgo? ¿Más injustamente olvidados que Fray Melchor de Talamantes y Primo Verdad? Y estalló la Revolución, y con ella, ¿quién más venerado que Francisco I. Madero, espiritista y vitivinicultor? ¿Quiénes más olvidados que Ricardo y Enrique Flores Magón? Zopilotera y hedor a historia oficial, oficialista…

Y nos cayó encima el Tricolor, y de los individuos que sentaron sus dos reales en la presidencial, ¿alguno de aquel almacigo de mediocres, depredadores y uno que otro asesino, merece la trascendencia, con todo y que se apoyaron en las muletas del periodismo oficioso? Juez, fiscal y abogado defensor, el tal se la vivía quemando copal ante el santón sexenal, pero contra servilismo y cortesanía al tanto más cuanto se alza el juicio del tiempo, y los santones al desván de la historia…

Porqué arrojó del paraíso al Adán tricolor, un Fox mediocre logró trascender, y por zafio e ignorante, y porque en el combate con el dragón salió contaminado con las lacras del vencido (corrupción lucrativa e impune) y hoy vegeta en el cubil de San Cristóbal con una fama pública a ras del albañal como primer marido de una primera esposa, segundo de una segunda, padre e hijos adoptivos que mal se llevan con los hijastros adoptivos, todos mamando de las buscas sexenales. Pero hablando de mediocres…

Anda por ahí un infeliz, golem de pacotilla parido por la inquina de “ciertos medios” para atacar al trascuerno a un López Obrador que él solo y sólo él a los lenguaraces mató sin puntilla y dejó para el arrastre. Al tal Guanito los “medios” lo calentaron y mandaron a flotar, y perdió la cordura hasta el grado de que ustedes lo ven cargando su estatua (hueca, de barro los pies) en un diablo menos pobre diablo que el aborto de la industria periodística. Así trascendió ese engendrillo…

Engendros. Eso me remite a otro individuo mediocre hasta el tuétano, que haiga sido como haiga sido logró colarse a la historia, así haiga sido por la puerta de atrás y valido de una maniobra de artes que le granjeó el odio de muchos, de muchos más el desprecio y aborrecimiento de los más. Maldito sea.

El pequeñajo no valía un tanto así más allá de su biografía personal, chata y vulgar, pero como todo mediocre inconforme padecía la compulsión de la notoriedad. Y cómo lograrla, que sus hechos y ocupaciones muy poco valían. Nada qué hacer, sino intentar abrir con ganzúa el portón de la historia, colarse por la puerta de atrás; mutilar, incendiar, asesinar; algo, pero hacerlo en grande, de acuerdo a su propia pequeñez…

Y sí. El hombrecillo provocó un incendio que cimbró la ciudad, la región, el mundo, y así logró la trascendencia por más que negativa y atroz. Ese destruyó no un triunfo electoral, pero sí una de las siete maravillas del mundo antiguo: el templo de Diana en Efeso. ¿Qué si el borreguero, que tal fue su ocupación, logró trascender? Busquen su nombre en cualquier diccionario: Eróstrato. ¿Qué ese no ha sido el único? ¿Qué por ahí anda suelto otro más? ¿Sí? (A saber…)

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