Conócelos…

El ser humano, esa incógnita. «Conócete a ti mismo», aconseja el oráculo de Delfos, que Sócrates tomó de divisa. «Conócete, y conoce a los demás», le agrego. Porque, mis valedores, en el trayecto de mi existencia he conocido seres extraños, enfermizos, estrambóticos, cosa que los demás, al conocerme, dirán de mí. Y ya en el terreno de las confidencias…Tuve hace tiempo una relación de cortos alcances. Mujer de mediana edad, casada, bruscos ademanes y un rostro anguloso de pálida piel, supe por ella que su marido la había dañado, y que se vino a enredar conmigo porque conmigo el licor topó en tepetate. Trémula, ansiosa, la mujer exhibía los estragos de una aguda neurosis. «Y cómo no, ¿sabes lo que es vivir una miserable existencia? ¿Sabes lo que es tener en casa un marido dipsómano?

No, yo nunca he tenido un marido, dipsómano o no. Pero la relación resultó cojitranca porque nunca pude centrar a la compañera, dialogar con ella, llegarla a entender. Dañada por la enfermedad del marido. Mortífero.

Ahí andábamos los dos de un sitio a otro y sin permanecer en ninguno. Ella tensa, trémula, desalada; yo, detrás de ella, conocí su ansiedad, su indefinición, su inestabilidad emocional. Todo era reunirnos y ella, desencajada voz: «Entremos en ese cine». «¿Qué película quieres ver?» «La que sea». Y allá vamos, y a ciegas penetramos en una sala atestada, y a los minutos: «Vamonos». Y a recalar en la cafetería, y ordenar la bebida, y a lo distraído tomar dos tragos, y a un lado la taza. «Vamos al parque», y caminar tres pasos para luego, tensa la voz: «Llévame a Cuernavaca».

– ¿A esta hora de la noche? ¿Y por qué a Cuernavaca?

Nomás porque sí. Y allá vamos, y qué hacer sino buscar el escondrijo de las cortinillas color de rosa y los «Jardines de California», jabones, y a oscuras ejecutar lo previsto, ella ausente y como en el trance de aguardar un peligro inminente, y qué hacemos aquí, vámonos.

Camino inverso tornar a México, al parque, a la taza de café, al coche. Ella fatigada sin nunca encontrar su sitio, era, andaba y actuaba, pienso en algún protagonista de Camus, como un ser extraño, un extranjero que no encuentra el sitio a la medida de su ansiedad. «Cuánto daño le causó su marido dipsómano». Y la compadecía y me iba detrás de ella, la desatinada…

Lo supe más tarde, de casualidad. Un amigo de su familia periodista de oficio: «Me admira que no hayas roto con ella Ni su marido la soporta. El detesta el licor, y tener en su casa una dipsómana».

¡Dipsómana! Ella era la alcohólica «¿Y así la soportas, en pleno síndrome de abstinencia?».

Válgame. Entendí. Huí. Cobardón. Fue a principios del 2007, me acuerdo, y de no creerse: el amigo solía visitarme en casa y apenas al llegar se retiraba manos temblonas y rostro electrizado de tics. Cuando salíamos al café tomaba su taza chasqueaba la lengua (halitosis mortal) y desparramaba la vista. «¿Te parece que nos vayamos a algún otro sitio? A donde sea».

Y al figón, y al guisado, y olisquearlo, hacerlo a un lado, olvidarse de él, de mí, del mundo. Errante mirada. Vaya El síndrome de abstinencia, él también. ¿Pero abstinencia de qué? ¿Alcohólico? No, que tomaba su copa de vino, cerveza licor. ¿Una pasión amorosa una distinta preferencia sexual? No, que tenía compañera y era evidente el mutuo amor. ¿Entonces?

Ha sido hasta ahora mis valedores, cuando entiendo los horrores del síndrome de abstinencia privada de su licor, la compañera buscaba un sustituto que nunca iba a encontrar, y por ello vivía desalada soportando la compulsión del licor. Por cuanto al amigo y colega periodista…

Pobre infeliz. En retrospectiva lo compadezco, pero en modo alguno me alegro de que abandone, por fin, su periodo de abstinencia y de repente pueda satisfacer la necesidad de su droga Porque el vicioso permaneció en período de abstinencia ¡tres años eternos, tres! Servil por naturaleza vivió quemando copal a Fox, a Zedillo, a Salinas y aun al primer mediocre de las cejas alacranadas (MM). Y aquí la tragedia:

Buscándole al actual la más mínima acción de gobierno como pretexto para soltarse ventoseándole los panegíricos, los cantos, las odas (no odas, loas), el actual, en el limbo. Tres años y nada. Cortesano por naturaleza el adulón enloquecía en pleno síndrome de abstinencia cuando, de súbito: Calderón se atrevió con Luz y Fuerza del Centro. ¡Hurra, viva jip, jip…!

Tengo aquí enfrente la diarrea de elo­gios que el vicioso, ya curado de su abstinencia viene quemando día a día ante el altar del privatizador. ¡Todo un visionario! ¡Un hombre de Estado! ¡Salvador de la Patria! ¡Calderón! ¡Bien por él! ¡Hurra! (Agh.)

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