Ah, buscavidas…

Del vendedor ambulante que atropellé con el volks. les contaba ayer aquí mismo, y que semanas más tarde mi única y un servidor lo localizamos en el camastro del hospital de barriada. Sigo la relación de los hechos:
A toda velocidad entraba yo en la glorieta, que tomé estilo Madrazo (estilo gángster). Acelerando el galope, el vendedor -que conmigo había fracasado con su variadísima mercancía de fayuca- frente a mis mostachos aprontó un manojo de fotos: pechos al vapor, glúteos al aire, la sonrisa vertical de los sexos. Ante semejantes alardes femeninos, doble ancho y tamaño caguama, enrojecí de iracundia. ¡Cómo se atreve! ¡A mí, enseñarme esa pornografía! ¡Suponer que yo fuese a adquirir mercadería tan rastrera! Caliente (por la iracundia), di un quebrón al volante, un rechinen a los frenos, un derrapen de las llantas y, mis valedores: el rechinido de las sellomáticas que percibí no fue por efecto de la velocidad; me había antellevado al vendedor entre las espuelas; entre las recién vulcanizadas, más bien. Grave.

Un brinco. Pie a tierra. Ya que había perjudicado al benemérito buscavidas, que su sacrificio no fuese en vano. Le aventé unos billetes, tomé el altero de glúteos y entrepiernas (depiladas, qué lástima) y, valiente que soy, huí a todo lo que daban los 2 mil caballos de fuerza del cuatro cilindros. Esto, hace semanas. Ahora, en el camastro del hospital, esa voz desmayada:

– Aquí donde me ven, yo no soy un cualquiera. Allá en mi Zacatecas tenía mi tierrita, pero en el México neoliberal nuestra madre tierra de madre se nos ha vuelto madrastra, y me aventó a la aventura, a buscar el qué comer para mis gentes, que allá se tuvieron que quedar. Pero ora resulta que pa los fregados el hambre es pareja como la muerte. Virgen del Patrocinio…

Nos mostraba una foto de la familia ausente; «Mi Toña, los chilpayates». Las pupilas de mi Nallieli resplandecieron, rasas de humana compasión. «Lindos de veras, señor» y sonreía, fulgurantes pupilas-. Dije:

– Quisiera en algo remediar el daño. Yo lo lastimé y…

– ¿Usté? No, mi señor, su tartana nomás me lo arrempujó, mi cuerpo.

– ¿Cómo? ¿Y entonces los huesos quebrados y ese quebranto general?
– No usted; los seráficos patrulleros, mi señor. Fueron los blue demos los que me madrificaron, con perdón aquí se la seño güerita.

– No entiendo. Yo recuerdo que al torcer el volante, al frenar…

– El rechinido de las vulcanizadas fue lo que despertó a los patrulleros. Ellos vieron cuando usté me daba una lana, y entonces los doberman, tolete al frente, que se me dejan venir, me echan montón y órale. Yo los apreté, mis billetes, con las dos manos, y lógico: ellos no tuvieron otro recurso que aplicarme la ley. ¿O qué? ¿No es el nuestro un estado de derecho? Y leyes vienen, y leyes van, y caigan donde cayeren, y a macerar carnes, descoyuntar articulaciones y astillar la osamenta hasta que yo, malhechor como cualquiera que le cái encima la legalidad,perdí el conocimiento, los billetes, la venta del día y la fayuca. La ley es la ley, ¿no?

Agaché la cabeza. Tragué saliva. Qué más.

– Pero no hablemos de los canes del mal, que después de todo, gracias al Santo Niñito de Atocha mírenme aquí: dando guerra todavía. ¿Me permiten ofertarles un trago de mi titán de grosella?

Mis valedores: fue entonces. «Una fortuna localizarlo, le dije, porque le traigo una noticia que va a estimularlo mejor que si se hubiera sacado el ráscale o el gordo de la lotería».

– O sea: ¿por fin renunció Martita? ¿Enchiquearon a los hijitos de su mamá? Apoco a los de la sagrada familia ya les dieron por el Tamarindillo…

– Mejor todavía. Usted, vendedor de las cuatro esquinas, es uno más del medio México que sobrevive vendiendo al otro medio México tarugaditas de plástico de la dinastía Chong, ¿no es cierto? Ah, pues entonces, alégrese (saqué mi recorte de prensa del pasado martes): Jura Fox que «desde Canadá hasta la Patagonia, México tiene la tasa de desempleo menor en toda América, y de toda Europa también». ¿Se imagina? Y que va a seguir trabajando «duro» para generar nuevos puestos dé trabajo. ¿Qué le parece?

Me vio, parpadeó, enterró la cabeza entre las sábanas. Lo oí sollozar, musitar una a modo de plegaria de acción de gracias, y se sacudía. «¿Ves, Nallieli? La noticia lo conmovió hasta las lágrimas, y agradece al buen Dios».

– Cuál Dios, cuáles gracias, cuáles lágrimas. Primero al hombre le ganó la rosa, y ahora está vomitando una sarta de malas razones, ¿qué no oyes?

Dios. De Tula para arriba. (Tula es mi madre). Nos escurrimos rumbo a la calle. Sin ruido. Detrás de nosotros, aquél chorizo de altisonancias. Ah, las aberraciones de una lengua diarreica, me refiero a la del vendedor. (En fin.)

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