Compasión inducida

(Este lo publiqué hoy hace un año, pero en el vocerío, la exhibición y el indecoroso protagonismo se torna actual. Juzguen ustedes.)

Estoy consternado, mis valedores. Un chofer acaba de ser asesinado. Estremecido de piedad, México entero repite su nombre, pero aquí la injusticia: olvida que con él murió un joven de apellido Martí, miembro de la multimillonaria familia que tenia contratado al trabajador del volante. ¿Por qué esa acción tan injusta? Unánimes y espontáneos, todos los medios se uniforman en un vocerío de horror e indignación (la industria de la nota roja) por la muerte del infortunado chofer, y encaran a las autoridades y al unísono reiteran el discurso de los tres catálogos: el gobierno (del DF) es malo; el gobierno (del DF) debe ser bueno; exijámosle (al gobierno del DF). Todo por el asesinato del chofer contratado. ¿Pero alguien se acuerda del joven Martí?

Por otra parte, las masas sociales alzan su voz de forma espontánea, no como resultado de una mañosa manipulación de los «medios» que hubiese llevado a obreros y desempleados, estudiantes, artesanos y amas de casa, a conmoverse y clamar su repudio ante la muerte del chofer. La de esas masas no es compasión inducida, sino la natural solidaridad de clase porque el sacrificado fue un hombre pobre como lo somos todos, si exceptuamos a quienes se enriquecen con la explotación del fregadaje. Y lo único positivo en esta página negra de la nota roja:

La muerte de un chofer (un ser humano) sirvió para unificar en el dolor, la iracundia impotente y la flagelación colectiva a ricos y pobres, que exigen a las autoridades atender casos de muerte violenta de humildes choferes aunque, inaudita injusticia, hayan olvidado a los ricos como el joven Martí, que también ha caído bajo el flagelo atroz del secuestro. ¿Nomás porque él no era chofer, sino un simple multimillonario? ¿Es justo…?

Edificante comprobar, por otra parte, el grado en que los ministros católicos se estremecieron de horror ante los restos mortales del chofer victimado, que en templos de El Pedregal celebraron misa tras misa por el eterno descanso de su alma. Cómo no conmoverse, si aun el propio presidente del país asistió a los servicios religiosos, estrechó entre sus brazos a los deudos desgarrados por el dolor y, de cara a una sociedad justamente indignada, prometió garantizar la seguridad pública. Los familiares del chofer, reconfortados…

Pero no sólo la muerte de uno, sino de dos choferes. A la comunidad, a su hora, le ha desgarrado las telas del corazón la muerte de dos desdichados: este, que motivó las condolencias de Calderón, y el sacrificado en el 1983 en el aeropuerto de Guadalajara, Jal. Tal desgracia aún preocupa a la sociedad que, ingrata como es por naturaleza, ha olvidado que con el chofer también fue victimado un cardenal de esa Iglesia Católica, Iglesia que pregona la justicia y la cristiana caridad y que en su momento tanto se dolió, tanto protestó públicamente, tantos responsos celebró y tanto exigió justicia en el caso de los 45 religiosos victimados hace 12 años. Acteal…

De todas formas, lástima: la exaltación a la memoria de ambos choferes y el menosprecio por sus acompañantes viene a certificar la aseveración de Orwell: todos los hombres somos iguales, pero hay unos más iguales que otros. Los choferes mexicanos, pongamos por caso. Mis valedores:

Será la edad, serán los problemillas que como gotas de agua horadan el ánimo, pero por estos días, aplastado por el clamoroso llorar de las masas ante la muerte de un chofer de multimillonarios, traigo un saborcillo amargo en la boca y un sentimiento total de vergüenza ¿Este texto servirá para evidenciar la injusticia que supone traer el ánima prendida de los negros crespones por el chofer del que ignoro hasta el nombre, y olvidemos que con él falleció un «niño» de apellido Marti? El doble rasero para justipreciar ambas muertes evidencia la injusticia y descomposición en que sobrevive el país: la codicia por los millones del chofer, y el mal fario del pobre junior que lo acompañaba.

Los choferes muertos que en su paz descansen, pero que nuestra piedad inducida no se dirija sólo a ellos dos. ¿O vamos a olvidar que con su muerte, que tan presentes tenemos, fueron sacrificados también un cardenal de la Iglesia Católica y un «niño» Martí, a los que injustamente ha olvidado una sociedad que eso sí: nunca ha permitido que la manipulen tos «medios»?

(Ah, México.)

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