Miguel Hernández, por supuesto. Leo en el matutino de hace unos días que Celestis, firma estadunidense, tiene previsto enviar a la luna una cápsula con el poemario Perito en lunas, de Miguel Hernández, poeta español muerte en su España y por ella a los 32 años de edad como miliciano que fue de la república a cuya causa y en estricta congruencia con la vorágine de fuego y borrasca que dividía España en dos, dio todo lo que tenía que dar, incluyendo su vida.
España ha muerto – murió de la otra mitad…
De repente y de golpe, mis valedores, al leer la noticia de la luna y la cápsula se vino el poeta de Orihuela «con aquella su cara de patata recién salida de la tierra» y su porte de luchador civil muerto a golpes de sucesivas cárceles franquistas, sacrificado «a la hora del fuego, al año del balazo – y cuando andaba cerca ya de todo», que dijera otro poeta, César Vallejo, de otro miliciano español, Pedro Rojas cuyo cadáver, como el de Miguel Hernández, «estaba lleno de mundo…»
Leí la noticia de Celestis y recordé y dije entre mí retazos varios de la purísima poesía de quien murió «sin cerrar los ojos, en plenitud de creación…»
Silbo vulnerado, Miguel Hernández es el poeta de la arrebatada voz y hombre del destino ejemplar como protagonista en la historia de España. Dicen quienes lo trataron que si en un varón pudiese ejemplificarse la vida con todos lo que tiene de impulso, vigor, asombro y pasión, y exultante alegría ese hombre hubiese sido el poeta de Orihuela. Así tuvo que haber sido; tales sentimientos se trasminaron a toda su poesía.
Me llamo barro aunque Miguel me llame -Barro es mi profesión y mi destino… Porque el poeta vivió, cuentan quienes lo conocieron, siempre risueño y apasionado, con toda su carga de vida a cuestas, hasta que se dio el encontronazo con su destino. Que ceceaba, dicen de él; que en medio de su vitalidad y al punto de la creación poética «andaba siempre yendo de un lado para otros, con ojos tristes de caballo perdido», pero alegre también, y algunos detalles:
«Calzaba alpargatas no sólo por su pobreza, sino porque era su calzado natural desde chiquillo, con una vida enorme que parecía capaz de salvarlo de su destino trágico». Versiones éstas muy de primera mano, por venir de quienes alguna vez anduvieron junto al poeta, en rueda de amigos. Tomás Navarro Tomás, por ejemplo: -Sus ademanes son sobrios y contenidos, y su expresión enérgica, grave y concentrada. Hay una ardiente exaltación en el recogimiento de su gesto y en la fijeza e intensidad de su mirada».
A Miguel le nació un hijo con Josefina Manresa, su mujer, hijo que se le iba a morir de inanición por causa de los terri—
bles años de la guerra civil. (Niño yuntero, otro de sus libros.) Y uno cae en la cuenta de qué cuando loa a todo pulmón la vida es porque la conoce de piel adentro, y que cuando compone sus elegías (al hijo, al amigo, a España) es porque conoce, reconoce, la muerte; tanto y tan bien como la propia vida. Viento del pueblo…
El autor de Perito en lunas nació en Orihuela allá por fines de 1910, hijo de campesinos pobres. En el agro pasó sus primeros años. Perito en lunas, su libro inicial, y El rayo que no cesa, corresponden al año siguiente; Viento del pueblo se publicó en 1936; lo seguirán Labrador de más aire, Quien te ha visto y no te ve y Cancionero y romancero de ausencias, cantares estos «olorosos de jazmín, sabrosos de mieles, florecidos con la flor del almendro, encendidos besos, desbordantes de maternal alimento, sonorosos de inmensidad…»
Pero iba a ser en Viento del pueblo, obra nacida en la entraña de la guerra civil (trincheras de Valencia), en donde el poeta dejaría testimonio cabal de la contienda española; ardidos poemas que escribió con ánimo de revivir entusiasmos, de encender espíritus macilentos, de mantener en la cresta el coraje de los milicianos, en la medianía de tantas y tantas muertes…
Qué bien procede que nos detengamos a oír, voz que no cesa, la del poeta miliciano cuando clama con inflexiones de imprecación profética:
La vejez en los pueblos – el corazón sin dueño. – El amor sin objeto – la hierba, el polvo, el cuervo – ¿Y la juventud? En el ataúd…
Perito en lunas este Miguel Hernández, rayo que no cesa (A su memoria.)