Chicago esta vez, mis valedores, el burbujeante Chicago de la Ley Seca, la Cosa Nostra y la Depresión. Aquel de los alegres 20s., con sus insomnes noches de flappers que brincotean a la psicosis descoyuntante del charleston. El Chicago de la despreocupación que se arrulla en la promesa del destino manifiesto. El Chicago de Al Capone aquella madrugada del 27 de diciembre, cuando el gángster asesinó al que apodaban estado de derecho. La crónica:
Encuevado se encontraba el susodicho Al Capone en el rincón más recóndito de su bunker, en cuyos muros resonaban, apagados, los acordes de la tonada napolitana. De súbito, aquel secuaz de sombrero de fieltro y cara cortada, qué horrible lugar común:
– Usted dirá qué hacemos con su competidor del lado norte de la ciudad. Crece su negocio, pero él se niega a pagar la cuota y compartir las ganancias.
¿Que qué? ¡Porca miseria! Suelta el hampón terrible manotazo sobre base de la vitrola, que hace pujar y soltar rechinidos a O solé mió, y quitándose de encima el asunto que traía entre manos (corista ella, pelirroja, encimosa y querendona), remuele el cigarro puro que no se apeaba de la boca:
– Pronto, juntar a los muchachos! ¡Hay acción!
Y rápido: siniestras siluetas en la madrugada, varios vehículos, erizados de gángsters, enfilan rumbo al norte de la ciudad. Hay acción.
Madrugada. Tras de cruzar la ciudad y con los faros apagados, los Ford T han frenado a lo sigiloso frente al jacalón en penumbra. Zona norte. Chicago. Al arropo de las sombras esas sombras sigilosas a señas se comunican y van rodeando a la edificación. ¿Destilería clandestina? ¿Policías en un operativo contra una banda de hampones? ¿Detectives antinarcóticos? ¿Los intocables de Eliot Ness? Su atuendo es de simples paisanos, ¿pero paisanos con estuches de violín en las manos? ¿Músicos, tal vez? A lo lejos, ¿lo escuchan?, el silbato de la fábrica de asbestos cancerígenos. Por ahí, amortiguado en el aparato de radio, el zangoloteo del fox-trot. De repente, enérgicos ademanes y el cigarro puro en los belfos, Al Capone: «¿Contra ellos! ¡A tomar las instalaciones, caiga quien caiga, caiga lo que caiga y caiga como caiga..!»
Cayó el inexistente pero re-puta-dísimo estado de derecho. Cayó en medio de una escandalera de fusiles, revólveres y ametralladoras que apestaron los vientos. A los golpes caen las puertas, las ventanas son derribadas, y se impone la contundencia de las de alto poder: equipos acribillados, instalaciones destruidas, al suelo el aparato de radio donde terminaba el foxtrot y se escuchaba una ronca voz, bronca voz masculina. Entre el fragor de las balas y la hedentina a pólvora, la pandilla de facinerosos se ha posesionado del jacalón, los vigilantes son alineados contra la pared y… Chicago, Día de San Valentín, que esta vez cayó en la madrugada de un 27 de diciembre. Mis valedores:
Misión cumplida. La acción del comando armado fue todo un éxito para Al Capone. A punta de ametralladora, con la justicia y la ley en la mera punta de una antena metálica, ley, códigos, y reglamentos son habilitados como papel sanitario para aseo del Chiquihuite (un cerro ubicado en el norte de Chicago). Los de la banda silencian armas, regresan las ametralladoras a sus fundas de violín y se congregan en torno a un Al Capone que, sonriente, se encara a los reporteros que acudieron al estrépito de las balas. De cara a Chicago y a la nación, el de la masacre del Día de San Valentín decembrino, lo aclara:
-¡Hemos tomado las instalaciones de Canal 40 para preservar el Estado de Derecho, con mayúsculas. TV Azteca seguirá actuando en el marco de la ley, con la certeza de que sus demandas encontrarán una respuesta rápida, justa y favorable de parte de la justicia de nuestro país..!
¡Hubo aplausos! Mientras, el aparato de radio, resquebrajado en el suelo, transmite aún el bronco vozarrón del payo san-cristobaleño: «¡Mi gobierno asegura para los ciudadanos un orden social con plena vigencia de la…»
Al Capone mira hacia el piso y descubre el aparato parlante: «¡Vigencia de la ley..!» En un rápido movimiento toma vuelo y rájale, el patadón contra la caja de madera, cuadrantes y agujas indicadoras, que se resquebrajó, pestilencia de cables quemados y bulbos en fundición. Y heroico: antes de expirar, el aparato todavía alcanzó a eructar la frase postrera del discurso foxista: «…y la legalidad». Una vez más, ¡hubo aplausos! Este país.
Hoy leo, azozobrado: Tronaron la transmisión de CNI-Canal 40. Esta vez no el hampón del 13, sino trabajadores en huelga a los que asiste la razón. Yo, que no desperdicio mi tiempo vital con la tele, me azoro: ¿sobrevivirá el Canal 40? De su programación, 10 minutos valen más que toda la bazofia que ventosea y excreta ese Al Capone que una mala madrugada lo tomó a la viva fuerza para que el estado de derecho no se lesione. ¿Lo asesinarán? (Que sobreviva.) elvaledormx@yahoo.com.mx