México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de ser calificadas en cualquier sentido por otros Gobiernos, quienes de hecho asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros…
Tal es la síntesis de la Doctrina Estrada, a la que aludí ayer aquí mismo con el pretexto de la negativa mexicana a reconocer a quien resulte triunfador en las elecciones de noviembre en Honduras, luego del golpe de estado que se acaba de perpetrar contra el presidente Manuel Zelaya. La Doctrina Estrada se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a los agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar precipitadamente el derecho que tengan esas naciones extranjeras para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades. El impacto que dicha tesis causó en toda Iberoamérica fue tal que el 24 de octubre de 1930 el Instituto Latinoamericano de Derecho y Legislación Comparada, formado por ilustres tratadistas del continente, la bautizó como Doctrina Estrada, y desde entonces nos rige, o debería regirnos, «como un sustento vigente de la política exterior».
Sigo aquí con el tema de esa estrategia que, delineada en 1930 por don Genaro Estrada, diera al país un prestigio que no iba a cesar hasta que los beatos del Verbo Encarnado dieron el salto (el asalto) a Los Pinos. Porque calibremos la importancia que en nuestra comunicación diplomática con las demás naciones tenía tal doctrina, aquí algunas de sus señas de identidad, que el analista aboceta en el México de hace dos décadas:
– De no contar la política exterior mexicana con principios y sustentos como los de la Doctrina Estrada estaríamos expuestos a vaivenes y a caprichos. Afortunadamente hay en esa política la necesaria reciedumbre ante la amenaza de intervenciones abiertas del gran Estado donde nació otra doctrina, la de Monroe, dentro de la auto-asignación del Destino Manifiesto, la del Gendarme de América Latina, para decidir qué está bien y cuánto y cuándo no en los demás países; o del Gran Garrote que se esgrime y descarga por el mismo gendarme. Intervenciones abiertas que ya están ocurriendo. Seguramente que, a pesar de la soberbia cegadora del Poder, la vigencia de la Doctrina Estrada ha sido un freno para que se llegue a esa repudiable intervención directa, la del Gran Gendarme y algunos de sus gendarmitos centroamericanos.
El propio don Genaro Estrada rechazó la Doctrina Monroe. Que esa declaración dejara de ser limitativa para extenderse a una doctrina de todos los pueblos americanos y no de uno solo, es decir, en otras palabras, que en lugar de formularse sin la frase de América para los americanos, se planteara con la otra de América para todas las naciones americanas. Es justo el homenaje a don Genaro, porque la política exterior mexicana no se inventó ayer, sino que tiene (tenía hasta antes de los pro-yankis) una continuidad sólida, en la que aparecen también nombres como los de
Narciso Bassols, Luis Padilla Nervo, Jaime Torres Bodet y Carrillo Flores, para sólo mencionar algunos de los ausentes. Hoy (ayer), Santiago Roel y Bernardo Sepúlveda han mantenido esa línea que no corresponde alterar a una persona o coyuntura, porque muchas otras cosas se derrumbarían. La develación de una estatua de don Genaro en la Rotonda de los Hombres Ilustres, donde están sus restos desde 1977 -falleció en 1937- significa hoy en la política exterior mexicana algo más que un ritual y cumplido homenaje a la memoria de un ciudadano efectivamente ilustre, diplomático y escritor. Su nombre está asociado a una tesis, a una declaración gubernamental, conducida a nivel de doctrina para la política exterior mexicana: la Doctrina Estrada.
Hoy, con los restos mortales de don Genaro en la Rotonda de los Hombres Ilustres, la política exterior mexicana ha querido recordar que su doctrina está viva, y que la fidelidad a esa doctrina es nuestro mejor homenaje. Mis valedores…
¿La Doctrina Estrada, viva todavía? ¿Con los confesionales del Verbo Encarnado, que se niegan, desde hoy, a reconocer al posible sucesor de Manuel Zelaya en Honduras, asunto que sólo concierne a los hondureños? ¿O tutelarlos, como a menores de edad…? (México.)