Los linchamientos, mis valedores, esos actos vandálicos que estuve a punto de calificar de bestiales poco antes de reflexionar que las bestias, como programadas por Madre Natura, nunca jamás se han degradado hasta los límites humanos del linchamiento. Bestiales no, pero sí actos aberrantes los linchamientos, en donde el humano exhibe su capacidad de envilecimiento. San Miguel Canoa, San Juan Ixtayopan.
Demasiados linchamientos (uno solo ya es demasía) se han perpetrado en este país en los años recientes. Por el hurto de una bicicleta, de una imagen de yeso en un templo católico o, delito aún más grave, de un par de gallinas ponedoras. ¡Al ladrón, al ladrón!, y entonces venga el escándalo, y a repicar las campanas, a atar de un horcón al sentenciado a muerte, a amontonar piedras y acarrear bidones de gasolina. ¿Quién trae por ahí unos cerillos, un encendedor…?
Y vámonos, los linchadores a sudar, a jadear y a caer en el paroxismo de la psicosis mientras hacemos garras al desdichado para terminar con la sacudida del orgasmo colectivo, y el desguanzo que sigue al acto sexual. Después, en pleno desguanzo, poco a poco irse desparramando por el caserío, sin mirarse a los ojos pero con la satisfacción de que «se hizo justicia». Atroz, aberrante.
¿Justicia, dijeron? ¿Cómo se atreven a pronunciar ese nobilísimo vocablo que ni por el forro conocen, y esto no por culpa de ellos mismos, sino de unas autoridades que más que el que robó las gallinas merecen el linchamiento? Ah, pero ahí, con la víctima hecha un mazacote de sangre y piltrafas, brilló la justicia «por propia mano», que en entre nosotros no existe otra vía para allegarse el dulcísimo fruto de la justicia, que dijo aquél. Claro que ese acto aberrante no pasa de ser sólo venganza en la peor de sus manifestaciones, y quienes lo perpetran muestran y demuestran los escalones que han descendido en la escala del espíritu, del humanismo, de la moral, de la humana dignidad. A propósito: ¿imaginan ustedes a un catedrático de la UNAM participando en un linchamiento? Y a esto quería yo llegar. Mis valedores:
Un cierto individuo recorre a estas horas el patrio territorio exhibiendo su poca sensibilidad y falta de delicadeza. Ese tal hubiese sido el ludibrio de la «santa» inquisición y otros beneméritos linchadores como el Ku-klux-klan de Alabama y sus congéneres de San Miguel Canoa y San Juan Ixtayopan. A semejante inconsciente le envío este severo extrañamiento, a ver si le da un tanto así de vergüenza y recapacita, así sea a destiempo.
Señor Andrés Manuel López Obrador, o con el lenguaje del linchamiento: Señor López (esto a la manera de La Crónica y otras crónicas.) O López, sin más, o Peje.
¿Pues qué, usted no conoce el honor, la vergüenza, la moral personal? ¿Por qué sigue usted de entrometido, manejando los hilos de la política en este país? ¿Acaso no sabe, no ha oído o no quiere entender que políticamente está bien muerto? ¿No escucha que tanto y tantos se lo repiten a diario y a todas horas desde los medios de condicionamiento de masas? Que usted no existe, fiambre político, que quién va a hacerle caso a un cadáver que ya comienza a apestar. ¿Pues qué, acaso no los ha oído cuando claman a gritos que usted nada significa en el panorama político del país? ¿Es usted sordo, López, se hace el desentendido o ni tan siquiera se digna tomarlos en cuenta? Porque ellos, como gritar, gritan fuerte, jurando que usted ha caído al desván de la historia. Sin más. ¿Entonces? ¿Por qué, inconsiderado, finge ignorarlos? ¿Pues qué, son acaso ranas de charco…?
Porque, a decir de los susodichos de la radio, la televisión y la prensa escrita, en cuanto político usted, López, fue fulminado de mala muerte, muerte fulminante, el día en que lo masacró en buena lid un verdadero estadista, un político de altos vuelos, de presencia, carisma, personalidad y arrastre popular. Desde ese día las lenguas de fuego enronquecen jurando a los cuatro vientos, con aspavientos y voces trémulas, que usted dejó de existir. ¿Entonces? ¿Qué no oye? Muérase ya, que su linchamiento no desmerezca ante el de 1968 en San Miguel Canoa. Cuántos, por culpa de que usted se niega a esfumarse, no han caído en la histeria vociferando a los congéneres:
– ¡Ya no hablen de ese, no le hagan el caldo etc.!
Tenga un poco de consideración a quienes, por más que usted ya no existe, se viven linchándolo, que de eso viven.
(Sigo mañana.)