El laicismo es la dictadura de nuestro tiempo: pretende erigirse como único director de la escena, olvidando que cada ciudadano tiene derecho a ser tomado en cuenta con todos sus valores y principios. (P. M. A. Flores.)
Si no es en este sexenio, cuando. El primero que en su afán de legitimarse en Los Pinos lesionó el Estado laico al establecer relaciones diplomáticas entre nuestro país y El Vaticano fue Carlos Salinas. Vendrían más tarde Fox y el devoto del Verbo Encarnado, que han permitido a la capa pluvial lastimar el laicismo que habían conseguido establecer los liberales de Gómez Farías y Benito Juárez. Hoy, matador vestido de luces partiendo plaza, pavo real que se pavonea en un corral de gallinas, Norberto Rivera impone condiciones a la vida nacional, y a ver quién frena su activismo político. Leo a P.M.A. Flores en reciente edición de Desde la fe, órgano oficial de la Conferencia del Episcopado Mexicano:
«Uno de los capítulos menos conocidos de nuestra historia reciente es la «persecución religiosa de 1924-29. La ley Calles detonó el verdadero conflicto: el gobierno y su fuerza militar contra el pueblo creyente y sus tradiciones religiosas».
Más le vale al clero, mis valedores: que los mexicanos desconozcan la historia del país y el funesto protagonismo de las sotanas desde antes de las guerras de independencia hasta el día de hoy, que entonces conocerían (muy aparte la religión, para mí intocable) la actuación de la más nefasta plaga que ha asolado este país, un clero autor intelectual de las traiciones y felonías de López de Santa Anna y demás abyectos. Quien estudia la historia y conoce la actuación de los tonsurados considera un prodigio que el medio México que sobrevivió al naufragio que le causaron gringos, sotanas y traidores, se haya consolidado como país. Laus Deo.
Mínimo botoncillo de muestra: «Ante la urgencia de detener al invasor, Gómez Farías solicitó un préstamo al clero, principal capitalista del país, que se lo negó. Desesperado por tan antipatriótica actitud, el presidente dictó un decreto que autorizaba a ocupar los bienes eclesiásticos. El clero, entonces, utilizó el dinero para equipar grupos de voluntarios aristócratas apodados polkos, que desconocieron al gobierno. Santa Anna destituyó a Gómez Farías y regresó al clero sus bienes. Este, en recompensa, le otorgó un préstamo de dos millones de pesos. Más tarde, en Jalapa y en honor del Gral. Scott, el Tedeum y el día de campo, donde los munícipes clericales brindaron a la salud del ejército americano y por la anexión de México a los Estados Unidos, mientras los cadáveres de patriotas mexicanos…»
Que la historia oficial ha cercenado la memoria del movimiento cristero, afirma P. M.A. Flores, y que (con esa sintaxis) «hemos tenido que esperar la pluma de escritores extranjeros como Graham Green y su novela El Poder y la Gloría o historiadores de gran talante -por cierto de otras latitudes, hoy nacionalizado mexicano- (sic) como Jean Meyer y su célebre libro La Cristiada, para conocer que hubo un largo y sangriento capítulo ignorado deliberadamente por el régimen revolucionario».
¡Viva también la Reacción! ¡La reacción es la única parte del sector mexicano que tiene derecho a la vida! ¡Más nos vale un solo Juan Diego que todos los Juárez de la historia…! (Pregón sinarquista.)
De no creerse, mis valedores. Uno pudiese suponer que en el México actual ese episodio renegrido de la historia patria que fue el movimiento cristero quedó muerto y sepultado para bien del país, pero ahora resulta que la «cristera» no ha muerto; que, hidra de siete cabezas, la añeja contienda armada con que el fanatismo cristero enfrentó la Constitución de 1917 para sembrar, como resultado, un almacigo de hasta 70 mil cadáveres, se resiste a morir, y que sus siniestros rescoldos son atizados por los Norberto Rivera que en el siglo XIX atacaron la constitución de 1857. Si no es en el sexenio del Verbo Encarnado cuándo. Así activa el alto clero una hornilla apagada que intenta convertir, una vez más, en hornaza:
Un régimen anticlerical y masón provocó, en el exceso de su intolerancia, el control de las manifestaciones religiosas que derivaron en una resistencia heroica de miles de católicos y una represión cobarde y sanguinaria por parte del gobierno revolucionario… (P.M.A. Flores.)
(Seguiré el lunes.)