¡Libérame de la muerte viva..!

¡Libérame de la vida en la muerte, libérame de la vida y de la muerte..!

México, 19 de septiembre de 1985 19 de septiembre de 2005. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No se les olvide que fue un día como hoy, pero de hace 20 años (¡ya 20!) cuando esta ciudad amaneció a ser la herida no cesa, y el llanto y el duelo colectivo por la tragedia descomunal. Como Agadir la mártir veintitantos años antes. México, la ciudad, sobrevivió entera, más entera que antes; la ciudad marroquí fue destruida hasta sus cimientos. Nuestra casa común se irguió, suturó sus mataduras y siguió su destino, que es el de la sobrevivencia. Y hasta hoy, cuando recuerdo, con las víctimas nuestras las de la ciudad arrasada hasta sus cimientos. Agadir.

A la hora de la tragedia sísmica que extirpó del mapa la ciudad mártir, una de las víctimas que salvaron la vida fue un poeta: Artur Lundkvist, quien semanas después, ya vuelto a Suecia, su país, sobre la experiencia traumática del derrumbe de toda aquella ciudad de Marruecos creó un extenso poema, vivido, lírico y visceral, «para cumplir un deber para conmigo y con los demás, tanto para con los supervivientes como con los muertos de Agadir».

Y así tituló su poema: Agadir. Hoy, a 20 años del sacudimiento telúrico del Jueves Negro de México, nuestra ciudad, con fragmentos del poema, me pongo a recordar, honrar, testimoniar mi homenaje a todos aquéllos que en forma total y definitiva sucumbieron bajo las furias del sismo que acalambró los entresijos nuestra ciudad capital. Por cuanto a Agadir, la desventurada, aquí algunos fragmentos del poema de Lundkvist:
«Fueron muchos los signos, pero estábamos ciegos. – El cielo estaba azul, un azul demasiado duro, un cielo de éter y acero, – el sol era un horno abierto y el día una piedra blanca laminada por lenguas violeta, -las nubes llegaron demasiado de repente, como humo de carbón, bajas y pegadas al mar, -asfixiaban y no daban lluvia. – De los árboles surgieron gusanillos blancos que cosían con hilo negro en las hojas, – de las grietas de la tierra salieron los escarabajos, y eran de esmalte azul o estaban sembrados de polvo de oro, – no encontraban lo que buscaban y desaparecían de nuevo…

El suelo se sacudió, profundos estremecimientos recorrieron la tierra – los perros contestaron de todas partes con aullidos prolongados, y un lamento sordo surgió de las gentes. – Sí, ahora todo dependía del capricho de la tierra, de su indiferencia o de su ira…

Me oí gritar en sueños (nunca podré saber lo que grité, – nunca podré saber si me dije algo que no sé – en el mismo momento en que fui arrojado de la cama (o instintivamente me tiré de ella) y me acurruqué en el rincón mientras el terremoto crecía irresistiblemente, y las sacudidas se hacían más fuertes, más violentas, parecían venir de todas partes al mismo tiempo, – una revolución que surgía de las entrañas de la tierra, un irrefrenable baile que interrumpía, – un trueno de las profundidades, abrumadoramente pesado, -un estallido de paredes, un agrietamiento, un desmoronamiento…

¿Cuánto tiempo duró? – ¿diez segundos? -¿más? ¿menos? – o nada de tiempo, un tiempo que cesó – o perdió su extensión determinada, -quizá un oscuro globo de tiempo comprimido – y el mundo volvió a existir, silencioso e inmóvil, – la conciencia se volvió a unir al cuerpo, yo volví a sentirme vivo – (¿o era solamente una representación en el momento de la muerte?)

Y la desolación: por todas partes huellas de la mano de la muerte, la descarga de la rabia, – muros de piedra lanzados al lado opuesto de la calle como con una burlona carcajada todavía audible, – bugambilias en flor que se inclinaban como incendios triunfantes sobre las casas derruidas…

– ¡Libérame de la muerte viva! Más insoportable que la locura es esta tumba en las tinieblas, – las piedras me cubren y me rodean, piedras derrumbadas, – no hay aire suficiente ni para que respire una rosa; -¡asfíxiame de una vez, como un lazo, como unas manos estranguladoras! -¡Ahógame, aplástame con un bloque de piedra!. Todo menos esta espera en la nada, esta tortura en el ara del sacrificio, -¡arranca ya el corazón de la víctima, clava ya el cuchillo de piedra! Es preferible una lucha a muerte que este cautiverio!

Agadir, nunca más, – Agadir, para siempre en nosotros, ciudad blanca de vida y de la muerte, vida y muerte unidas en un solo cuerpo, – Agadir, hundido ya en el pasado, espejismo eterno ante nosotros, – Agadir, -preparación, advertencia – de lo que quizá nos espera: la gran aniquilación, -el mundo en ruinas, la tierra desolada, sólo el humo de la muerte desvaneciéndose en el espacio, -nunca más, – para siempre -Agadir».
Ellos, o más propiamente: ustedes, los caídos del Jueves Negro, son todos presencia en la memoria colectiva. Ustedes. Todos. (A su memoria.)

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