«Fue mi libro de texto un amor escolar», rememora el poeta de la niña aquella que tenía en las manos «el aroma de un lápiz acabado de tajar». En su remembranza se advierte un dejo de tristura por el tiempo que se fue para nunca más. Ella, ¿dónde estará? ¿Vive o muere a estas horas? Y aquel regusto a nostalgia Dije «el aroma», pero yo, por contras, la fetidez…
Sí, porque fue mi libro de texto la hediondez de un calabozo. Su reja de este grosor, corazón de mezquite, lo único que tenía corazón en aquella cárcel municipal, pregonaba en letras de molde: «Horror al crimen». Me acuerdo.
Pero un momento, no pensar mal. La cárcel se alzaba en un rincón del palacio municipal de mi pueblo, y es sólo un punto de referencia Saliendo de ahí (por dinero o por influencias), a mano izquierda se extendía un corredor atestado de mesa-bancos, donde docenas de cabeza-duras intentábamos entender quién, cómo y por qué determinó que dos y dos fueran cuatro. Ahí, entre geografía y matemáticas, presencié el arribo de asesinos y víctimas, éstas envueltas en un petate y aquéllos liados con sogas de mezquilpa y al calabozo. «Horror al crimen». Conocí entonces el rostro del matón y, amarga la boca las bocas abiertas a lo bestial en una carne ya rígida Yo, el niño que araña la adolescencia con toda la sensibilidad a flor de espanto. Trágico.
¿Que a qué viene todo eso, dirá el impaciente? Porque ayer, de repente, la nota del matutino me trajo de golpe mis primeros años de escuela «Admite Ebrard malas condiciones en mil 200 sanitarios de escuelas», y ‘1a epidemia será una bendición si nos ponen agua en las escuelas». ¿La relación con mis años niños? Allá voy.
En el palacio municipal existía un excusado descomunal, de aquellos de caja para servicio del personal de la presidencia y los muchachos de escuela Fue ahí donde ocurrió el episodio que se encuevó en mi mente y que no hay orden de desahucio que lo pueda desalojar.
Ocurrió que el enorme depósito llegó a su capacidad máxima y comenzaba ya a derramarse. El presidente municipal acudió a varios artesanos, pero la maniobra les pareció riesgosa ninguno aceptó prestar el servicio, y al paso del tiempo el problema se iba agrandando. Ya intolerable, el hedor…
Pero ándenle, que de repente cayó en la cárcel aquel fuereño joven todavía pero ya muy dado a la transa al engaño y el fraude, al que aquí y allá acusaban de ladrón. Y al calabozo. Meses y meses de encierro. Cobardón por naturaleza el camandulero clamaba su inocencia y a gritos pedía que lo sacaran o podría enloquecer. Y era la presidencia la que enloquecía con sus gritos, y tanto gritó y perturbó la paz pública que cierto día fue presentado ante el presidente, quien a esas horas ya no andaba tan crudo y aún no estaba del todo borracho. Y lo que éste le propuso a cambio de su libertad…
Robar, transar, matar, conseguirle alguna dama rejega «El servicio que me proponga señor». Todo, con tal de ganarse su libertad.
Ni matar, ni transar, ni servir de alcahuete. Vaciar el excusado municipal. Solo, sin ayudantes. Y el presidente conoció la paz, y la conocieron quienes tenía a su servicio. Allá en el excusado, solo y su alma el fuereño se afanaba amasando su libertad. A mano limpia (limpia es un decir.)
Era una mañana de mayo, ya con los primeros retumbos de las primeras tormentas reventando por el oriente Mi abuelo y mis tíos contemplaban el cielo, calculaban la reventazón de unas señoras prietas, gordas y preñadas, me refiero a las nubes paridoras de tormentas, y a preparar los aperos de labranza Me acuerdo que a media mañana ya el sol alto, unos cuícos salieron del fondo del edificio hasta el patio cargando en una carretilla aquel esperpento todo de hez hasta los pies forrado, desparramando un aire espeso de hedor. A medio patio le arrojaron cubetadas de agua antes de prepararlo para el funeral. No, si manipular excusados no es tan sencillo…
Pero milagros de una férrea voluntad de sobrevivir a retretes rebosantes de lodo biológico: el joven sobrevivió, recobró su libertad y se largó a su tierra, dejando tras sí sólo el hedor a boñiga en la presidencia Agh.
Y así pasaron los meses, y ya parecía que se iba extinguiendo el hedor, cuando de repente rájale, que se renueva con toda su virulencia Refinada Recrudecida El rufián, desde su tierra se engalló, retador:
– ¿Pues qué, pensaban que iba a quedarme callado? ¿Yo, con la mierda hasta el cuello como la presidencia municipal y anexas, no tengo el derecho de réplica.?
(Pues…)