¿Es ese el título que usted escoge, señor Oscar Arias, como presidente de Costa Rica? Empericado en un palco del Goloso de Santa Úrsula, en el gañote el grito bravero y la camiseta futbolera embrocada en el torso, ¿esa es la imagen que un estadista quiere proyectar entre sus gobernados, estampa populista, populachera, de cabecilla de la Perra Brava? ¿Así ganar unas simpatías populares que no se logra granjear con obra social que beneficie a sus gobernados? ¿Tener de simpatizantes a enajenados del fútbol? Siniestro.
Yo, señor presidente, soy un simple mortal, pero la dignidad y el decoro me forzaron a abandonar a tiempo, entre otras diversas prácticas que me deshilachaban la autoestima y me impedían vivir a plenitud (el tabaco, el licor, la «bohemia»), el papelito de aficionado pasivo del fútbol. ¿Yo, alegrarme de triunfos ajenos y dolerme de derrotas que no fueron mías? No, que crecí y abandoné esa lóbrega región del inmaduro que tiene que delegar. Entonces jugué fútbol llanero y sigo en la práctica de evitar la polilla, el moho, el orín. Ni rastro de panza ni las zancas débiles. Hijo soy de mis obras, camino sin muletas prestadas y me atengo al letrero del camión materialista (pero no dialéctico): «Voy más a mi». ¿Pero usted, señor presidente de Costa Rica..?
Permítame rematar la confesión de aquel mi vicio onanista que padecí en alguna de mis primeras juventudes. Fui un aficionado pasivo del fútbol, fanático del chiverío de aquel entonces. Ya le hablé de varios jugadores. Me falta nombrar a Nuño, entrega a la camiseta, dinamismo puro y puro pundonor. Como si estuviese viendo a este otro: el Marimbas Vidrio, jugador de entorchados. Tomaba el esférico, se picaba por el…a ver, a ver, un momento; el Marimbas Vidrio no, que ese era de los otros, o sea de los mediocampistas del Atlas. Es que hace ya tantos abriles, diciembres tantos…
En el medio campo aquel inolvidable cuyo nombre no alcanzo a recordar. ¿Cómo carambas se llamaba aquel inolvidable chutador de media distancia? Pero qué jugadorazo el inolvidable cuyo nombre olvidé; qué estilo para avanzan pique, freno, descolgadas escalofriantes y el sonoro rugir al ángulo superior y ¡Goool… del chiverío!
Pero tú cómo te me ibas a olvidar, símbolo garrochón de mi juventud primeriza Salúdote puesto de pie, chiva grande, al que así anunciaban todos los altoparlantes de todos los estadios donde se juega fútbol:
– ¡En la portería de las Chivas… Jaime… Tubo… Gómez..!
Y palcos, sombra preferente y sombra general se cimbraban y se venían, aunque nomás de siquitibunes. ¡Ah, Tubo de mil batallas, espejo y flor del chiverío desde que fuiste chivita y hasta llegar a chivón! Tú que en la portería y por el honor del Rebaño Sagrado siempre salías a partírtela (me refiero nomás a la madre, no seas mal pensado). Tú, honra y prez del rojiblanco de Los Colomos, allá por Zapopan. ¡Esas mis Chivas!, ululaba el fanático mientras las camisetas sagradas hacíanse del dos en el equipo del Dos de TV
Dije: Los Colomos, y de golpe se me viene el paisaje del que fue establo del chiverío y querencia de mis años nuevos, los que se murieron en olor de virgen zapopana y de primera ilusión: «Con la ilusión de que volvieras – mi corazón abrió la puerta – y sus latidos confundí – con el latir – del corazón…» Y en este punto, créanmelo, me los estoy sintiendo mojados. Los ojos…
Pues sí, pero aquel día fue de la iluminación. A pura fuerza de compañones apagué la tele para nunca más, y con ella desterré de mi vida los tres enemigos del alma: el licor (seis, siete borracheras en mi vida), el cigarrito y el clásico pasecito a la red. Y a vivir la vida, porque así como el licor conmigo topó en tepetate, el humo del cigarro se me había subido a la cabeza, y en cuanto a mi vocación de Perra Brava: yo, que en dos de mis primeras juventudes (hoy voy por la sexta) fui un fanático del jueguito manipulador, aquel día, por recuperar mucho de lo perdido -tiempo vital, autoestima, libertad personal, etc.- abandoné la servidumbre del aficionado pasivo, me fui al llano y jugué, y sudé, y quemé grasa, y eliminé toxinas, entre ellas las más dañinas: desidia, pasividad, manipulación, dependencia Y la paz.
Me curé, señor presidente, y así hasta hoy, cuando la mística es otra y otra la meta que las masas sociales de aquí y de allá dejen de delegar en su enemigo histórico y asuman su responsabilidad de ciudadanos que ya organizados (no en muchedumbres, no con armas de fuego) se den ese gobierno al que obedecer como sus mandantes. Algún día cuando los paisas dejen de delegar, cuando abandonen su papel de jugadores pasivos. (En fin.)