Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.(Nicolás Guillén.)
Y el toque de rebeldía terminó redituando un magnífico resultado para la dignidad de Cuba, porque según noticias de por estos días legisladores de los Estados Unidos visitan la Isla con ánimo de reiniciar la relación entre ambos países. Una delegación de legisladores norteamericanos ha llegado a Cuba para analizar el acercamiento oficial. “En esta reunión se abordarán los principios y pasos para el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la apertura de embajadas en ambos países”, señaló un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores cubano.
Y quién pudiese preverlo, mis valedores. Muy atrás ha quedado el soberbio reclamo de los revolucionarios cubanos al terminar su epopeya libertaria, con aquel Escucha, Yanqui, que en 1960 publicó el sociólogo ¡norteamericano! C.W. Mills. Así, para dos vecinos distantes el fin de un tiempo histórico se torna inicio del que ha de venir. Aquel inicio de 1959 llega a su fin. Cuba y los Estados Unidos reestablecen las relaciones diplomáticas rotas hace ya más de medio siglo, con todo los que significa semejante decisión. Mis valedores:
. Yo, la imagen de Cuba en la mente, una Cuba enhiesta, pura heroicidad y toda pundonor, tan próxima a los mexicanos como distante de nuestros gobernantes, a la mente se me han venido virutillas de poemas del cubano Nicolás Guillén, que traigo a flor de memoria. Digo este poema, digo aquel, y verso a verso voy captando –catando, cantando- un anchuroso retazo de la historia nacional de la Islaa partir de la humana historia de su poeta, desde los tiempos anubarrados en que Cuba era, y no más, tres entidades distintas y una sola, indignante indigencia:
El negro – junto al cañaveral – el yanqui sobre el cañaveral – la tierra bajo el cañaveral – ¡Sangre que se nos va!
Regreso a la mentada nota procedente de Washington y en mi mente la empalmo a la conmemoración del asalto al Cuartel de Moncada que se concretó un 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba, y releo los poemas del citado Guillén y percibo su poesía como zumo que es y raíz de cubanidad, de esa cubana negritud que recrea a aletazos de versos de soberbia sonoridad, ritmo novedoso y buen son; de una bullanga y un dolorimiento que vienen del barracón y que se afincan en raíces del Africa distante desde donde los antepasados de Guillén fueron desgajados a la viva fuerza. Voces negras, ritmos alucinantes y esas onomatopeyas que retumban en las percusiones del bongó y la tumbadora, mágicos puntos y contrapuntos de la semilla afrocubana. Y la protesta, la denuncia, el testimonio social:
¡Hay que tené boluntá – que la salación no e – pa toa la vida!
La amargosa ironía del negro forastero en su propia tierra, y la protesta social, y esa exasperación que avienta al poeta a burlarse con aquel: Me río de ti, negro imitamicos – que abres los ojos ante el alarde de los ricos! Sarcasmo amargo con el que el poeta da esta soberbia definición de Cuba, la Cuba de aquel entonces:
Coroneles de terracota – políticos de quita y pon – café con pan y mantequilla – ¡Que siga el son!
Esta era Cuba en la perspectiva, vergüenza y dolor, de su «poeta oficial»(sic.) Ahí, en la obra de Guillén, está ya, vivo en cuerpo y rabia, el cantar del poeta comprometido con su día y hora, con su tierra y su negritud, para mover y remover conciencias. Porque al parecer, mis valedores:
¡Bahía de Cochinos quedó atrás! (Sigo el lunes.)