Lo dije el domingo pasado en nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que se transmite por Radio UNAM, y hoy lo repito ante todos ustedes: tal es la condición del político cupular en nuestro país, y yo me pregunto si en esta regla pueda haber alguna excepción. Primero fue José Luis Abarca, edil de Iguala, Guerrero, junto con María de los Angeles Pineda Villa, (¿su primera, segunda?) mujer. Ahora se trata de un Jesús Valencia Guzmán al que se le acaba de descubrir una residencia en Jardines del Pedregal, a la que se le conoce por el alias no de la Casa Blanca, sino la Casa Amarilla, por más que puede, con oprimir un botón, pintarse de blanca. De ese color o amarilla, la mansión excede con mucho el sueldo del funcionario y lógico, su procedencia ha de ser ilícita, ilegal, fruto de abyectas maniobras “políticas”.
El delegado Valencia asegura que esa propiedad pertenece no a él, sino a su mujer, una tal Margarita Marlene Rojas Olvera, y se escuda detrás de la dama, que es también servidora pública en un puesto de importancia menor y cuyo sueldo jamás permitiría la adquisición de una casa, ya amarilla o ya blanca o de otro color. ¿Si el delegado Valencia pretende la empresa imposible salir limpio del pestilente ilícito tratará de cubrirse aventando por delante a su Margarita? ¿Ya le mandó redactar la declaración pertinente, donde entre rodeos, evasivas y verdades a medias que son embustes completos, asegure que cualquier dama que persista 20 años en su trabajo tiene a su alcance una mansión que cambia de blanco a amarilla, o al revés? ¿Ya los asesores del delegado Valencia la aleccionaron acerca de eso que ha de declarar en la empresa imposible de justificar lo injustificable ante el desprecio y la ira de unas masas iracundas, todo esto en vivo y a todo dolor, de costra a costra y de frontera a frontera? Qué país, mis valedores, este en el que ocurren bajezas y bribonadas de semejante calibre. ¿Y nosotros tan sólo a renegar y exigir a los tales?
Vidas paralelas, dijo Plutarco, por más que de casa amarilla a palacete blanco o plaza comercial, el de Iztapalapa resultó hasta hoy principiante, amateur, poquitero. Yo, en tanto, advierto cierta semejanza en el par de corruptos. Abarca y Pineda, por una parte, y Margarita y Jesús, por la otra. Y si no:
Tanto Abarca como Valencia comenzaron su carrera laboral como ayudantes en una zapatería. Ambiciones en brama, los dos presuntos ladrones se ahijaron al grupo político más cercano (¿Nueva Izquierda, Atlacomulco?) e iniciaron una carrera de genuflexiones y servilismos, de concesiones y claudicaciones, de indignidades y trabajo sucio hasta encaramarse, por fin, en el puesto público, y una vez el retazo de poder en las manos, ahí el desquite del que se humilló para ahora ensoberbecerse con el lógico resultado: ladrones y sinvergüenzas según su mal natural, Abarca amaneció dueño de una plaza comercial y de una residencia en la zona exclusiva de El Pedregal de San Angel el de Iztapalapa. El vehículo con el que acaba de chocar en el Bulevar de la Luz es una camioneta Jeep Grand Cherokee modelo 2015, blindada. ¿En un estado de derecho podría perpetrarse el tráfico de mansiones y plazas comerciales?
Por cuanto al percance: el delegado Valencia iba alcoholizado cuando fue a dar contra el bulevar. Tabernario el de marras. ¿Burdelero también, al modo de Abarca, el asesino bailador? Aquí algunas interrogantes al delegado Valencia, que a Abarca pudieran dar de rebote. Primera pregunta al de Iztapalapa.
(Esa, mañana.)