Mi piel y mi carne se pegaron a mis huesos. He escapado con sólo la piel de mis dientes.
Y en su desvalimiento los entenados de la fortuna se duelen con Job: “porque antes que mi pan viene mi suspiro”. Yo en desdichada ocasión me topé con uno de ellos. De súbito, a la salida del metro, ahí, en la orilla del arroyo (vehicular), el desdichado aquel derribado entre esputos y basurillas.
De reojo lo observé: sucio, astroso, en desvalimiento. Hacerme el desentendido y seguir mi camino, la primera intención; pero pudo más la piedad y porque los dos, él y yo, somos víctimas del mismo depredador. Le tendí la mano. ¿Pues qué, el redrojillo no era, como todo el pobrerío y toda la indigencia de este país, una víctima inerme de esos tecnócratas que medran en la almendra de la injusticia social? ¿No es, él también, víctima de un Sistema que conjunta medro y corrupción que, como los crudelísimos malparidos de cualquier símbolo politiquero, pura pobreza y miseria pura nos han legado a modo de heredad, que bien pudiésemos decir con los dolientes meshicas que cayeron, manchón de plumas y cuajarones de sangre, ante la pólvora del invasor y la maza de sus aliados aborígenes:
“Y era mi herencia una red de agujeros”…
Me hice el ánimo. Venciendo la repugnancia me incliné ante el desdichado, le tendí mi diestra, lo alcé del arroyo (vehicular) y lo traje a mi propia casa. Está frente a mí y lo observo de reojo; en su abandono total me parece percibirle una sonrisilla de agradecimiento, y aquí un mensaje al autor de la fabulilla del Buen samaritano. Señor:
Tú sabes que éste al que rescaté de la media calle nada vale, como tampoco la acción de ponerlo a salvo de micros y metrobuses. Pero si algo de mérito le ve a mi acción tu misericordia, ¿a mí y al que rescaté nos darás a valer algún día infundiéndonos la sapiencia, la voluntad y el valor para nosotros darnos a valer? Víctimas somos de los descastados proyankis que piensan y viven y financian en dólares su Casa Blanca y las de otro color, y aun se encabritan contra quienes les exhiben su corrupción impune acumulada en dólares, nuestra moneda nacional. Señor:
¿Castigo a los tales? ¿Quién, quiénes? Tú bien conoces la clase de justicia que se imparte en este país? ¿Culpables ellos? ¡Nosotros, 120 millones que ¡e-xi-gi-mos! la renuencia de Peña y los suyos. ¿A quién le exigimos? ¿A quiénes? ¿Con la toma de la vía pública? El analista:
“¿Combatir un sistema corrupto? Estudiemos tácticas y estrategias, porque el pensamiento que se deja engañar a sí mismo, guiándose por el deseo, no nos ayudará. Y el reclamar formulas optimistas resultará anticuado e inútil como lo es una danza india para provocar la lluvia”.
¿Quién y por qué el desdichado cayó hasta el arroyo vehícular? Lo aclara el analista Sarmiento: El peso cayó primero por razones externas: por la idea de que EU incrementaría su tasa de interés y haría más atractivo al dólar. Otras divisas cayeron más que el peso en un principio, pero en las últimas semanas la devaluación del peso ha sido producto de la baja en los precios del petróleo y de la percepción de que el gobierno de Peña Nieto enfrenta una rebelión violenta y no tiene la legitimidad, la voluntad o la fuerza para enfrentarla.
Mis valedores: miré al ñengo, trasijado, encanijado, pura avitaminosis. ¿El culpable de tal postración? Este, entre otros, que ni presentándoles las lecciones de la historia puedo apartar a los e-xi-gen-tes de sus obsoletas formas de lucha. ¡Que Peña renuncie! Ah, México. (Qué país.)