Almácigo de cadáveres

Que la memoria histórica, si vive aún,  no se nos muera, mis valedores. Hoy que  los adjetivos se nos agotan para calificar eso aberrante, demencial, que se perpetró en Tlatlaya hace meses y en  Iguala hace días, conviene recordar masacres como las de Tlatelolco, Ribera de San Cosme, El Charco y El Bosque, y más tarde Salvárcar, San Fernando y tantos crímenes más, cuyos autores se esconden en esa abyecta impunidad que tiene el Sistema como segunda naturaleza. Y vale aquí  suplicar a los “medios” extranjeros no suspender sus denuncias  acerca de crímenes como el de Tlatlaya, que Peña, Osorio y Murillo durante meses mantuvieron oculto a las masas. ¿Encubrimiento?

Por avivar la memoria histórica van aquí algunos datos sobre la masacre de Aguas Blancas, perpetrada el 28 de junio de 1995. Fue en marzo de 1996, cuando el entonces Sec. Gral. de la ONU, Boutros Ghali, visitó nuestro país. En nombre de las viudas y demás familiares de los campesinos asesinados en Aguas Blancas, Paulina Galeana Baltazar entregó una carta al de la ONU solicitando su intervención ante el Pres. Ernesto Zedillo con ánimo de “encontrar una solución y hacer justicia” ante la matanza de Aguas Blancas. Ghali  escuchó a la viuda y no hizo comentario alguno al respecto. Hoy hace ya 19 años y algunos meses de que  el Vado Aguas Blancas, de Coyuca de Benítez, se engrifó de cadáveres masacrados; una masacre, la de Guerrero, que presagiaba las de Acteal, El Charco y El Bosque, los asesinatos de mujeres en Cd. Juárez y tantos crímenes más, con sus autores impunes. Por que sepamos a qué atenernos en relación al esclarecimiento de los crímenes de Tlatlaya e Iguala: el entonces Zedillo, como Peña el día de hoy,    prometió hacer pronta y expedita justicia. Sobre la testa de los asesinos iba a caer todo el peso de la ley y todo el rigor de la justicia. Once años pasaron, llegó Fox, y más tarde el matancero, ¿y? Lo publicaba el periodista Carlos Ramírez:

El día de su destape, Ernesto Zedillo acudió a una fastuosa residencia y fue recibido por el propietario: el gobernador guerrerense Rubén Figueroa Alcocer, su compadre.

No mucho tiempo después iba a ocurrir que Anacleto Ahuehueteco, Simpliciano Martínez, Clímaco Martínez y una docena más de paisanos, militantes de la Organización Campesina de la Sierra del Sur, iban a ser minuciosamente masacrados a mansalva por las balas de una Policía Motorizada que (órdenes superiores) les disparó a discreción. Detrás, se asegura, estaba un personaje para tantos guerrerenses siniestro, hijo siniestro del siniestro de todo Guerrero: Rubén Figueroa Figueroa, el Figueroa Alcocer compadre del dicho Zedillo. De espectador, con las balas del gobierno sembrando el almácigo de muertos, Rodolfo Sotomayor Espino, sub-procurador de Justicia de Guerrero.  Tiempo después, intocable e intocado, el compadre que señalaron como autor intelectual de la masacre seguía, en libertad, administrando sus negocios camioneros, uno de ellos con PEMEX. México.

Secretario general de gobierno con Rubén Figueroa era J. Rubén Robles Catalán, y un Antonio Alcocer Salazar el Procurador de Justicia estatal. A 19 años justos (injustísimos por la impunidad que cobija a los responsables del sembradío de cadáveres), la ley no molestó a los presuntos culpables de la masacre.

Como para apuntalar una memoria histórica que en las masas es tan sutil y efímera, si es que alguna vez existió, mañana asentaré aquí  algunos datos de lo que una vez rematada la masacre ocurrió a nivel de justicia. (Vale.)

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