¿Y la moraleja?

El Ave Fénix, mis valedores. El mito del Fénix, actualizado. ¿Podremos advertir  la elocuencia de sus símbolos?

Cuenta el relato que cierto empresario negociaba con un soberbio zoológico donde, no obstante, algo se echaba en falta: el Ave Félix. Tanto lo buscó el empresario Poldero, que finalmente ahí tenía el Fénix. Perfecto. Sí, pero no, que los visitantes terminaron por desentenderse de un pajarraco que nada tenía de espectacular. “Admiran changos y leones, aclaró el administrador, o al cocodrilo que se tragó a una mujer, pero cómo interesarse en un ser tan pacífico y apacible como el Ave Fénix”.

– A cambiarlo por uno escandaloso, decidió Poldero.

– Imposible. Sólo este existe en el mundo, y no tiene pareja. De viejo se prende fuego y emerge milagrosamente renacido. Tal es el Fénix.

– Quizá después de la quema mude de condición. Envejezcámoslo.

– Entonces (fijaros bien) Poldero le disminuyó a la mitad y luego a la cuarta parte su ración de comida, pero el Fénix no envejeció. Le suprimió la calefacción, y nada. Le atascó la jaula con pájaros belicosos que lo acosaban. Nada. ¿Que el clima de su país es seco? A encerrarlo en una mínima jaula con regadera en el techo. Cada noche Poldero la ponía a funcionar. El Fénix comenzó a toser.

¡Eureka, ya ha envejecido! ¡No tarda en prenderse fuego! Poldero inició una campaña publicitaria. “El ave favorita del público se acerca a su fin”. Para que acelerase el proceso y forjara su nido atiborró la jaula de malolientes haces de paja y mohosos alambres de púas.

Por fin. La hora había sonado. Ese día (¿van tomando nota?) el Fénix comenzó a revolver la paja. Poldero se apresuró a firmar un contrato por los derechos de radio, cine y televisión. Y a iniciar los preparativos.

Era una hermosa tarde de sábado. Durante algunas semanas, por vender tantos boletos como fuese posible, Poldero había estado excitando la curiosidad y el morbo del público. Y el día llegó. El gigantesco auditorio donde se montó el espectáculo se atiborró de morbosos. En la jaula del Fénix se colocaron luces. Desde un altavoz, el anuncio del espectáculo que estaba por ocurrir frente al público.

– ¡El Fénix, distinguidos visitantes, es el aristócrata de las aves. Sólo las más raras y costosas maderas orientales lo tientan a construir su extraño nido de amor!

– Introduzcamos en la jaula (el administrador) un manojo de ramas  aromáticas.

– ¿Y por qué gastar en semejantes refinamientos?, Poldero.

– Es la tradición.

– Quemarlo con nuestro petróleo.

– Tú lo vendiste al gringo.

– Que nos venda tantito.

La jaula del ave quedó empantanada del ajeno energético.

– ¡El Fénix renacerá ante los ojos de  ustedes!

Un estremecimiento sacudió el opaco plumaje. Tambaleante, el Fénix descendió de su percha. Con movimientos cansinos se acunó en los charcos del petróleo. Los equipos de cine y televisión se activaron. Estallantes, las luces alumbraron la jaula. Poldero, a todo volumen:

– ¡Este es el momento que hemos ha esperado con ansiedad! ¡El Fénix renace  ante nuestros ojos!

Anidado en su pira, el Fénix pareció caer dormido, y ahí la desilusión de un público vicioso del morbo, la nota roja, lo espectacular. Y fue entonces. De súbito, el Fénix se irguió, contempló la muchedumbre y… ¡Fénix y pira estallaron en llamas que abrasaron el gigantesco auditorio! ¡En dos minutos todo quedó reducido a cenizas, y miles y miles, incluyendo a Poldero el mercachifle, perecieron en el incendio!

(¿La moraleja?)

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