Moral y política

Esta vez el saqueo y la depredación que perpetra la burocracia política en los dineros públicos, mis valedores. Hasta la semana anterior yo consideraba altamente punible semejante modelo de corrupción lucrativa e impune, pero ya no, porque el burócrata de Los Pinos me ha hecho cambiar de opinión. La corrupción, lo afirmó hace apenas un par de semanas, “es un tema inscrito en el orden cultural y social, un asunto casi humano que siempre ha estado en la historia de la humanidad”. Con razón, y como para dar más validez a su aserto, fue a expresar tales conceptos, como si no tuviese donde más, ¡en la sede del Fondo de Cultura  Económica, que es decir en el corazón de la cultura universal, donde tengo varios libros publicados!

El ejercicio de la política es esa rama de la moral  que procura el bien colectivo con el recurso de resolver en la práctica los problemas que plantea la convivencia de los hombres libres que integran una sociedad libre también. Actividad noble por excelencia, la política se avoca al bien común al crear, cumplir y hacer cumplir un entramado de leyes que procuran la aplicación de la justicia y la adecuada distribución de bienes y servicios en beneficio de la comunidad, esencia que es de esa justicia. Bien.

Esto, en la teoría clásica, porque ya en el terreno de los hechos y de forma concreta en nuestro país, la conducta de la burocracia política se aparta de la definición clásica y con sus acciones descompuestas se acarrea el desprestigio y la mala voluntad de unos gobernados que observan, impotentes por la ignorancia en que los mantienen ese mismo sistema político, cómo los tales que integran esa burocracia anteponen su interés de medro personal y de grupo a los intereses colectivos. Es México.

Pero si hasta ese grado ha llegado la burocracia política a desprestigiar la actividad de la administración pública y a granjearse el repudio de la comunidad, ¿por qué ese pleito feroz por un puesto burocrático dentro del gobierno? Por  una razón más que evidente: la economía, los dineros públicos. La clave de las luchas políticas se localiza en el elemento económico, sin más.

Porque política y economía son dos hermanos siameses casi imposibles de separación,  de modo tal que  tras el poder político se descubre en seguida el verdadero y profundo motivo de la lucha por ese poder: la economía, que de no producir tan sustanciosas ganancias personales y de grupo difícilmente se advertiría esa fiebre compulsiva del político por acceder al poder, afianzarlo y, de ser posible, ensancharlo. Maquiavélico.

La economía constituye un problema de posesión y reparto de  la riqueza común, donde la política no significa más que una vocación secundaria. La codicia por el medro económico dentro y fuera de la ley es la razón principal de la lucha política en el país,  y no más.

Así pues, los gastos aberrantes que perpetran, sé lo que digo, la presidencia del país, los poderes legislativo y judicial, las gubernaturas y el resto de las instituciones que concretan el Sistema de poder, son actos de corrupción, por supuesto, pero quién pudiese criticarlos, si “la corrupción es un tema casi humano que siempre ha estado presente en la historia de la humanidad”. (¡!)

A propósito: los periodistas que  escucharon tales conceptos sobre la corrupción, “un asunto social y cultural, un tema casi humano”, ¿algo replicaron a Peña, algo le criticaron y contradijeron, y con razones  de peso lo hicieron rectificar tan delirantes asertos? Ah, el periodismo, mi oficio. (Uf.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *