Del vendedor ambulante que atropellé con el volks contaba a ustedes ayer, y que semanas más tarde mi única y yo pudimos localizar arrumbado en el camastro del hospital de barriada. El incidente ocurrió cuando el buscavidas intentaba venderme un altero de fotos tres equis: “Baratas, patrón, écheles un ojo”.
Los dos les eché, y el rechinido de las vulcanizadas. Me bajé del volks, y ya que había dañado al vendedor, que su sacrificio no fuese en vano: le dejé ir unos billetes, tomé el altero de glúteos y pubis (depilados, lástima) y, valiente que soy, huí a todo lo que daban los cuatro cilindros. Ello, semana atrás. Ahora, en el cuarto de hospital:
– Aquí donde me ven yo no soy un cualquiera. Zapatero remendón. En Zacatecas tenía mi taller, pero en este país la madre tierra se nos volvió madrastra y me aventó a la aventura, a buscar el qué comer pa mis gentes, que allá se quedaron. Pero pa los fregados el hambre, como la muerte, es pareja…
Nos mostró una foto: la familia ausente; “Ella, los hijos”. Las pupilas de mi única resplandecieron, rasas de humana compasión. “Lindos de veras”, y sonreía, fulgurantes pupilas. Dije:
– Quisiera en algo remediar el daño. Yo lo lastimé y…
– ¿Usté? No, su tartana nomás me arrempujó.
– ¿No soy yo el responsable?
– No usted; los seráficos patrulleros, mi señor. Fueron los blue demon los que me madrificaron, aquí con perdón de la seño güerita.
– No entiendo. Yo, al dar el frenón…
– El rechinido de llantas fue el que alertó a los cuicos de miércoles, con perdón. Ellos vieron cuando usté me dio los billetes, y tolete al frente se me dejaron venir. Yo con las dos apreté mis dineros y lógico: en nuestro Estado de derecho los doberman no tuvieron más remedio que aplicarme la ley y sí, leyes vienen y leyes van, caigan donde cayeren, y a machacar carnes y astillar huesos. Yo, como cualquier cristiano al que le cái encima la legalidad, perdí el conocimiento, la venta del día y la fayuca. La ley es la ley.
Tragué saliva. Qué más.
– Pero mi buena fortuna: no se tiraron a matar.
– Su buena fortuna es que lo hayamos localizado. Prepárese para el alegrón.
– Apoco ya enchiqueraron a las honorables familias Salinas, Montiel, Bribiesca y Sahagún. O qué: ¿a Fox ya le dieron por El Tamarindillo, tan apestoso? Ay, perdón.
– Mejor aún. Mucho mejor. Oiga el mensaje que le envía Peña sobre la reforma energética: Es un gran paso para el futuro de los mexicanos. Aprovecharemos mejor y de forma sustentable nuestros recursos energéticos.
– ¿Me lo envió Peña?
– Y otro más: Se han sentado las bases para una nueva etapa de desarrollo y bienestar para las familias mexicanas.
– ¿Ese también me lo envió?
– Alentador, ¿no? Y el titular de Hacienda: La renta petrolera seguirá siendo de los mexicanos.
– ¿Eso me manda decir?
– Y que con la reforma energética mejorará nuestra economía familiar y que al año tendremos 250 mil nuevos empleos.
-¿Eso me aseguró?
– Y que usted lo va a palpar.
– ¿Yo lo voy a palpar?
– El crecimiento económico.
Me vio, parpadeó, enterró la cabeza en las sábanas, lo oí sollozar de emoción y musitar una plegaria de acción de gracias, y se sacudía. “¿Ves, Nallieli? La noticia le arrancó las lágrimas y agradece al buen Dios, al buen Peña y a sus buenos socios”.
– Cuál Peña, cuál Dios, cuáles socios. Primero le ganó la risa, y ahora está vomitando esa sarta de malas razones, óyelo.
Lo oí. Puras de madre a arriba para todos. Y sin pedir perdón. Nos escurrimos rumbo a la calle. Sin hacer ruido. (Qué más.)