Siameses

Las aberraciones que suele producir madre Natura, esos entes que nacen con mala estrella y un destino espinoso: albinos, corcovados, débiles mentales, los nativos de Siam que nacieron herrados por la fatalidad. A los siameses Eng y Chang los mató la desesperación. Requerido de urgencia aquella tarde helada y desapacible de 1874, el Dr. Hollingsworth llegó hasta el lecho donde agonizaba Chang. Ya no sería necesario el instrumental quirúrgico; en aquel doble camastro finalizaba el errabundaje de los dos desdichados de Siam, donde 63 años antes nacieron unidos por un cartílago de 15 centímetros a la altura del esternón, ese que les iba a abrir las únicas puertas que se abren a tales caprichos de madre Natura: las del circo. De atracción circense, Chang y Eng habían recorrido regueros de poblaciones en el mapa del orbe y provocado la morbosa expectación de públicos poco exigentes en Europa y EU. Casados los dos y haciendo una perfecta vida marital con sus respectivas esposas, ambos acumularon 21 hijos entre los dos matrimonios. Hoy todo había terminado.

Y qué de especulaciones se alzaron en aquella sociedad puritana sobre las formas posibles e imposibles de intimidad con sus respectivas esposas. Por sobre su limitación física habían alcanzado  renombre, amor, descendencia; todo, o casi, porque lo que más anhelaron nunca lo iban a lograr: la separación física, que significaba la muerte. Hasta que aquel día, de súbito, Chang empezó a toser. Bronquitis. Eng se afectó en forma terrible: “cuando uno muera moriremos los dos”.

Y llegó el jueves fatal. “Me siento mal”,  dijo Eng a uno de sus hijos. “¿Cómo está tu tío Chang?” “Ha muerto”. “Entonces yo estoy a punto de morir”. Una hora más tarde, ambos habían fallecido. Juntos.

– Desde que llegaron aquí los siameses me consultaban, rostros desencajados y urgida voz: “Sepárenos y disponga de nuestros bienes”. “No sobrevivirían”. Ellos, entonces, aquel suspirar. Y es que en el límite de su resistencia por aquella mutua y forzada compañía, los siameses se aborrecían mutuamente. La atadura carnal había terminado por convertirlos en ruines, viciosos y corrompidos. El odio mutuo los envilecía.

– Ya estamos a punto de enloquecer; dormir juntos, juntos defecar y  cohabitar con nuestras esposas, juntos abominar nuestro aliento bilioso, nuestros humores, esta forzada compañía. Y el terror de cualquiera de ellos a la más leve enfermedad del otro. “Tiene que haber un médico que nos logre separar sin matarnos!”

No existió médico tal, y su exhibición en las carpas cirqueras les dio unas cuantas monedas, no las estrepitosas ganancias que al otro par de siameses, desverguenza y cinismo impunes,  reporta su liga carnosa:

1989. PRI y PAN votaron juntos la legislación electoral salinista para eliminar las coaliciones y candidatos comunes de los partidos. En 1991 juntos votaron la quema de los paquetes electorales de 1988 para eliminar la evidencia del fraude contra Cuauhtémoc Cárdenas. En 1992 juntos votaron un resolutivo para apoyar la elevación de cuotas en la UNAM y reformaron el 27 Constitucional para privatizar el ejido. 1993. Juntos votaron  la reforma al Código Penal para permitir la libertad bajo fianza a los servidores públicos corruptos. 1998. Redujeron el presupuesto del DF y las universidades públicas, y aprobaron el Fobaproa. ¿Hoy cargarán sobre la economía familiar de las masas los pasivos de PEMEX y la CFE, dos millones de millones?

¿Separarse Eng y Chang? ¿Separarse PRI  y PAN? ¿Esos dos? (Bah.)

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