El Gobierno mexicano, en ese operativo que ha quedado como uno de los episodios más emocionantes de la diplomacia internacional, fletó una serie de barcos que se llevaron, entre 1939 y 1942, a 25.000 españoles a México. El primero de aquellos barcos, el Sinaia, llegó a Veracruz hace, precisamente, 75 años (Diario El País, 21-VII-14.).
Fue en abril, mis valedores, pero de 1936, cuando un tal generalísimo, “caudillo de España por la gracia de Dios”, inició su dictadura. Ahí se iba a desgranar la mazorca de exiliados por todos los rumbos de la rosa. Lázaro Cárdenas, para fortuna de tantos, recogió la arribazón que tanto bien iban a generar al país en diversas ramas del arte, la ciencia, la industria, el cine, la filosofía, en fin.
Buena parte de ese gran proyecto de la República, que la Guerra Civil expulsó de España hace 75 años, fue heredado por México: no se perdió, cambió de país, en lugar de desvanecerse. Esto es, precisamente, lo que hay que celebrar. (Jordi Soler.)
Estoy mirando en las fotos los niños de ayer que hoy ya son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Miro al fondo la imagen del navío Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, que dijo el poeta. Ellos iban a insuflar una bocanada de oxígeno a la cultura nacional. Hoy, muertos la mayoría, dejaron entre nosotros y acá se nos queda su voz poética, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible –que aún existía el tal generalísimo de todas las Españas-, vislumbraban la querencia del éxodo y el llanto. Y la requemante nostalgia, desahogada en poemas; océanos, tierra y derrotas de por medio,. Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Rafael Alberti:
¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis?
Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin: “Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje”.
Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España hasta los entresijos del tuétano: “¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques –el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana”.
Pedro Garfias, poeta mayor, un mísero destino y una vida arrastrada: “Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas – y tus altos castillos apoyando – en tu bastón, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta”.
Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Juan Domenchina, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa, tantos. Hoy cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de León Felipe, que murió sin volver a lo que vivió añorando:
A tus entrañas vuelvo, Madre- (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre.
El éxodo y el llanto, poesía que es memoria y nostalgia de la raíz. (España.)