Que yo rehusaría escuchar sus cantos de sirena, aquí mismo lo declaré ayer. Que de tenerla a la mano le diría esto que ayer comencé y hoy finalizo. Margarita Zavala:
Ya desde ahora sus cortesanos comienzan a tantear el terreno para afianzar a usted en Los Pinos el 2018, y aun le conceden espacio en algún matutino de esta capital. Desde hace años, en el sexenio de la sangre, el duelo y las lágrimas, el matancero encuevado en Los Pinos se refirió a usted, la señora su esposa, y de repente creí regresar a los tiempos esperpénticos del zafio de San Cristóbal:
– Margarita Zavala tiene todos los atributos para ser candidata a un puesto de elección. No ahora, pero sí la veo como candidata.
¿Que qué? Bueno, sí, pero claro, que antes de armar su candidatura presidencial, primero sea senadora. Así de fácil. No le fue a la zaga Gustavo Madero, cortesano dirigente de Acción Nacional, que en la capital de Coahuila, lo aseguró (y no le temblaba la voz):
– Margarita puede aspirar o ejercer el cargo que mejor le convenga, pues en mediciones internas resulta de las panistas con mayor reconocimiento y aceptación.
Haya cosa, qué coincidencia, qué curiosidad. Ocurre ahora, según el panista servil, que otra “primera dama” nos resultó una mujer de excepción y una experta política, y que “la gente la quiere, es muy capaz y talentosa”. Doña Margarita: si acaso también formo parte de “la gente”, aquí y ahora lo afirmo y proclamo con toda mi voz: yo no la quiero como figura política de mi país ni creo que tenga las cualidades que le atribuye el panista, hasta el grado de que “tiene muchos atributos para desempeñarse cuándo y como lo decida”. ¿Como el de lidiar con ebrios? Señora Zavala:
¿También usted? ¿Nada le dice la historia, que no tiene escrúpulos en jugar el papel de una segunda versión de la Marta aquella que convirtió el camino a Los Pinos en un circo, un carnaval, un tropical esperpento? ¿También usted? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también, por nunca haber sido, busca, como compensación, tener? Recuerda usted a la Marta enloquecida por un retazo de poder, ¿no es cierto? Yo, cuando menos, aún no olvido el sarpullido de mediocridad, los instintos rupestres que afloraron en la de Zamora. A ella, la que quiso y no pudo; a la trepadora que intentó encaramarse en un altísimo cargo dentro de la política, y que en tan resbaladizo pantano donde intentaba prolongar la “pareja presidencial”, exhibió su ignorancia, su zafiedad, su mediocridad de arribista y logrera. Pues sí, pero lógico: tuvo que regresar a su origen, y ya arrojada de las candilejas (ella y su compulsión protagónica) volvió a su estatura natural y pegó el reculón hasta la madriguera de donde más le valiera no haber salido.
¿Pero quién vino pagando los derroches de la Sahagún y sus lujos de nueva rica, su delirante protagonismo y alucinante compulsión por figurar que la forzó a atragantarse de cuantos foros y candilejas le aprontaban los validos que a balidos han hecho carrera culimpinándose al arrimo del Poder? ¿Quiénes vinimos pagando el avorazado “redondeo” de la Sahagún? ¿Y ahora usted, señora, un segunda edición de Marta? ¡Vamos, México! (Aunque eso habrá que reconocerle: hoy ha sabido callar y ocultar la cabeza.)
No usted. Déjeme creer que con Marta los mexicanos tocamos fondo. Que el mundo nunca más se ha de mofar ante aquel sainete carnavalesco con ribetes de bataclán. Que usted no, señora Zavala. ¿O..? No lo dudo, es tan mareante el olor del poder. (En fin.)