– ¿Conoce alguno de ustedes ese relato de Marco Denevi?
Silencio. A la voz del maestro cesaron reniegos, exabruptos y las maldiciones de los contertulios contra la prohibición del Mensera, jefe de gobierno del DF, para que circulen en sábado algunos vehículos no en base a las emisiones contaminantes, sino del modelo determinado, contaminen o no. En una tertulia caldeada contra la imposición del Mensera, el maestro:
Cierto día el Hombre ordenó al Perro: “Te prohíbo que muevas la cola”. El Perro se paralizó de estupor. “Pero Amo, ¿por qué no quieres que la mueva? Toda mi vida la he movido y no te disgustaba verme menear el rabo cuando me llamabas y yo corría hacia ti. Ahora esa prohibición…”
No pudo continuar. Se le hizo un nudo en la garganta.
– Imbécil. A ver, ¿cuándo mueves la cola?
“Pobre Amo”, pensó el Perro. “No está en su sano juicio; contestó: “Cuando me siento alegre, cuando me acaricias, cuando me reúno con mis amigos”.
– Basta. ¿Lo ves? Mueves la cola cuando te entregas al ocio y al juego, no cuando gruñes a algún desconocido ni cuando otro perro te quiere quitar el hueso. La mueves como cuando yo, antaño, me reía. Pero terminó la risa. Vuelve estúpidos a los hombres y a los perros. No voy a permitir que te pasees con el Gato, el Caballo y los Pájaros y les des el mal ejemplo de tu risa. No volverás a mover la cola.
– Imposible. Apenas te vea, apenas me silbes, no podré impedirlo, la cola se moverá. Es superior a mí.
– ¡No me contradigas o te entro a garrotazos! Te vigilaré. Lárgate.
El Perro se alejó con la cola entre las zancas, llegó a su perrera, se desplomó, miró al vacío: “Es un abuso. Es un atrabiliario el Mensera. ¿Habrá enloquecido?”
Al mediodía la Mujer del Hombre le trajo un plato de sopa. Al verla acercarse con el plato humeante el Perro se olvidó de la orden del Amo, se olvidó de la cola, y la cola se movió. De inmediato se oyó un vozarrón terrible: “¡Perro maldito, la cola! ¡Te voy a dejar sin comer!”
Apretó el Perro las fauces, cerró los ojos, encogió sus músculos y consiguió que la cola se mantuviese rígida. Pero se le saltaron las lágrimas. La sopa le supo a vinagre.
Desde entonces la vida del Perro fue horrible. Mentalmente maldecía al Mensera. Andaba de mal humor. Cuando le traían la comida se quedaba tendido en el suelo y miraba para otro lado o fingía dormir. Comía cuando nadie lo observaba. Se atragantaba, la comida lo indigestaba.
Una noche un vagabundo se metió en la granja a robar unos duraznos. El Perro se arrojó sobre el ladrón y le clavó los dientes. Si el Amo no acude a tiempo lo habría matado. El Hombre felicitó al Perro: “¡Bravo, Perro, Bravo!” Y para probar si seguía con su manía le acarició el lomo. El Perro cerró los ojos, la piel se le erizó, gruñó sordamente. La cola se mantuvo inmóvil.
El Perro fue al jardín. Vio a sus amigos los Pájaros. Los atacó. El
Ruiseñor cayó envuelto en sangre. El Hombre tomó un palo y propinó al
Perro una feroz paliza. El Perro se alejó, la sangre del Ruiseñor en la boca.
Veía todo rojo. Las pupilas le refulgían.
Una mañana el Hombre descubrió los restos de una oveja horriblemente mutilada. Otro día fue un cordero. “Es algún Lobo. ¿Pero qué hace el Perro, que no ha ladrado?”
El Hombre esa noche, lista la escopeta, se ocultó entre unos matorrales. Cuando la luna alcanzaba la cumbre del cielo una sombra sigilosa se deslizó en dirección del Hombre. De súbito el Perro pegó el salto, y en el cuello del Mensera que le había prohibido utilizar su vehículo…
(Fue todo, y fin.)