Paleros

Vi a los intelectuales orgánicos mientras vivieron, siempre arrimados a la prodigalidad del Poder. Observo a los que aún viven, empachados con los dineros de nuestros impuestos, que maman de esa nodriza inagotable que habita en Los Pinos. Uno de los tales, sólo que este de ficción, es el que retrata Ibarguengoitia en La Ley de Herodes, “izquierdista” que medra de las prebendas que le otorga el Sistema. La síntesis:

Sarita me ilustró.  Antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo entender que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del proletariado; me hizo leer a Marx y Engels, ¿y todo para qué?

Muy marxistas él y Sarita, pero como buenos pragmático-utilitaristas, ambos solicitaron una beca para estudiar en los EU. Y a someterse a los requisitos, que cubrieron sin dificultad hasta llegar al examen médico. Al día siguiente tendrían que presentarse con sus muestras del uno y del dos.

“¡Qué humillación! ¡Esa noche busqué dos frasquitos para guardar aquello! ¡Y la noche en vela esperando el momento oportuno! ¡Y cuando llegó y estuvo guardada la primer muestra volví a la cama y muy de mañana me levanté para recoger la segunda. Guardé los frascos en bolsas de papel para evitar que se adivinara su contenido”.

En el lugar de la cita tuvo que esperar a Sarita, que había tenido  dificultades en las muestras. Luego llegaron, rostro desencajado y su envoltorio contra el pecho, pisoteada su humana dignidad, y algo peor: delante de la pareja la recepcionista tomó los plásticos, sacó los frascos y dejando al descubierto su contenido les pegó una etiqueta.

Nueva etapa en la humillación de los novios marxistas: un doctor de la fundación que otorgaría la beca hace pasar al consultorio al joven intelectual, y venga el humillante interrogatorio sobre dolencias y contagios como paratifoidea y gonorrea; y al cubículo: “Desvístase”.

“Yo obedecí, aunque mi corazón me avisaba que algo terrible iba a suceder”. El médico procedió a revisarle el cráneo, introducirle un foco por las orejas y un reflector frente a los ojos. Le oyó el corazón. “Luego  tomó las partes más nobles de mi cuerpo y a jalones las extendió como un pergamino, y las examinaba”.

Siguió, implacable, la revisión de un sudoroso marxista. “Tomando algodón, el doctor empezó a envolverse con él dos dedos. ¡Hínquese sobre la mesa!” A gatas.

Tomó un objeto de hule, introdujo en él los dos dedos envueltos en algodón: “Había llegado el momento de tomar una decisión: o perder la beca, o perder aquello. Trepé a la mesa, me hinqué, apoyé los codos sobre la mesa, cerré los ojos y apreté las mandíbulas. El doctor comprobó que yo no tenía úlceras en el recto”. “Vístase”.

En el pasillo encontró a Sarita, pálida. Ya en la calle mirábanse de reojo. Y un remate fatal: entre amigos de la pareja trascendió el secreto de que el marxista se había culimpinado ante el imperialismo yanqui, y se burlaban: Como el de Los Pinos ante los consorcios gasolineros y todo lo que le ordena la Casa Blanca.

Al terminar la lectura me quedé pensando: ¿Y qué, sólo el suspirante de la academia gringa se culimpina? ¿Y los intelectuales orgánicos, que al tanto más cuanto se la viven “criticando” al Poder? ¿Y esas caricaturas de gringos,  mirasoles que viven imitando formas y modos del vecino imperial? Todos esos, a aprontarlo y ponerse flojitos para que no se los estropeen demasiado, ¡y vengan beca y soborno! (Atroz.)

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