Maciel, el reputadísimo

Fue el mayo también, pero de hace ocho años, cuando el fundador de los Legionarios de Cristo y violador de mujeres, seminaristas y legionarios fue oficialmente defenestrado por Joseph Ratzinger, que ya como Benedicto XVI le ordenó que de ahí en adelante se abstuviera de celebrar misas y confesar penitentes; que ahora el muy penitente sólo contaba con el permiso para el cilicio, la oración y el recogimiento. A Maciel de nada le iba a valer que invocase el auxilio de su protector, un Juan Pablo II que aún no se ponía a forjar milagros, por más que el único que yo le conozco y le reconozco es ese, precisamente: que el socio neoliberal de la Thatcher y Reagan y protector de Lech Walesa y congéneres como del verraco Maciel haya conseguido fast track, que dicen los gringos de segunda, su aureola de santo. Relumbrosa y flamante. Ese sí que ha sido su más estruendoso milagro. Laus Deo.

Yo, asqueado ante el espectáculo del Tartufo protegido lo mismo por Juan Pablo II que por un Ratzinger por aquel entonces prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe,  redacté los siguientes párrafos:

Y lo que el garañón caído en desgracia debe de andar echando de menos a aquel su protector que en vida le sirvió de tapadera, el ya beato Juan Pablo II. Tengo aquí, sobre mi mesa de trabajo, la foto del par, uno de rodillas y el otro posando sus reales en el sillón papal mientras planta su diestra sobre la crisma del legionario mayor y el mayor de los tartufos,  infidentes y sepulcros blanqueados.

Me acuerdo. Eran aquellos los tiempos de honras y beatitud para ese que tantas víctimas acusan de abusador sexual. Así pasan las glorias de este mundo cuando se erigen en la mentira, la infidencia, la porquería. Maciel. (¿Y Maurita, su madre? ¿Sigue abierto su expediente rumbo a la beatitud? Ah, ese Francisco, ese Vaticano.)

Miro la foto del protector de Maciel y la autoridad moral del antecesor de Ratzinger se me figura tan disminuida, y tan abollada la aureola que le enjaretaron a destiempo: Juan Pablo II, valedor de honras en entredicho. Dios

Recuerdo la quinta visita de Karol Wojtyla, que sería la postrera, cuando llegó con el propósito de otorgar la categoría de santo a un vagoroso, a un impreciso beato Juan Diego al que fray Juan de Zumárraga, él tan acucioso en sus crónicas, nunca hizo la más leve alusión. La visita del Pontífice acarreado por los poderosos de El Yunque y algunos más realizó el consabido prodigio de congregar las multitudes de siempre, ya condicionadas,  unas masas delirantes que, en el filo del éxtasis, a clamores lo clamaban nombrándolo padre,  santo y enviado de Dios. Y en eso fue todo a parar, porque el pontífice retornó al Vaticano, y en las masas que no terminaban de aclamarlo tanto amor, tanta veneración y bendiciones tantas, nunca hasta hoy se han traducido en un tanto así, miren, de elevación en la religiosidad del mexicano ni en el acrecentamiento de los valores morales de la comunidad. Tal fue el quinto viaje del papa polaco. De la seguridad del pontífice lo afirmó el matutino:

– Como los apóstoles a Jesús, 12 rodean en todo momento a Juan Pablo II, todos cintas negras entre el cuarto y octavo grado.

Y el responsable de la seguridad papal:

– A la gente le dolería más un atentado contra el Papa que contra cualquier otra persona; incluso si fuera contra el propio Presidente de México, no dolería tanto como si fuera Su Santidad.

El santo guarura decía la verdad. De López Portillo a Fox, ¿alguien se dolería porque sufrieran algún atentado? (Digo.)

Un comentario en “Maciel, el reputadísimo”

  1. Me gustaria saber que’ paso’ con el programa Domingo Seis; porque’ no estan todos los programas transmitidos a la fecha en radiounam. Esta estacion se esta’ convirtiendo en una estacion de entretenimiento al eliminar los programas de critica politica. !Ya le cayo’ el chahuiztle!!

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