Esa madre

Una mujer y su hija caminaban dormidas. Cierta noche, sonámbulas, se encontraron en su nebuloso jardín. Habló la madre, y dijo: “¡Al fin, al fin mi enemiga! ¡Tú que destruiste mi juventud y edificaste tu vida sobre las ruinas de la mía! ¡Ojalá pudiera matarte!”Y la hija habló:  “¡Oh mujer odiosa, egoísta y vieja! ¡Estás entre mí y mi libertad! ¡Quisieras que mi vida fuese un eco de tu marchita vida! ¡Ojalá estuvieses muerta!

En ese instante cantó un gallo, y ambas mujeres despertaron. La madre dijo dulcemente: “¿Eres tú, encanto?” Y la hija: “Sí, madre querida”. (Gibran Jalil Gibrán.)

Mis valedores: porque los capté enajenados en un consumismo a la altura de   la manipulación de los comerciantes que  los forzaron a testimoniar su amor a la madre con un regalo al tamaño de tal sentimiento, y por atenuar lo empalagoso de la sacarina que impone la cultura popular cuando de la madre se trata, va para ustedes un texto irreverente que sin especificar nombre ni otros detalles cierto día cayó en mi correo. Mi madre.

Ella me enseñó a apreciar una labor  bien hecha: ¡Si se van a matar, háganlo afuera! ¿Acaso no ven que acabo de terminar de limpiar?

Me enseñó Religión: ¡Reza para que esta mancha salga de la alfombra!

Me enseñó Lógica: ¡Porque yo lo digo! ¡Por eso mismo, y punto!

Me enseñó a predecir el futuro: Ve que estés usando ropa interior limpia, por si te ocurre un accidente.

Me enseñó Ironía: Sigue llorando y ahora mismo te doy una buena razón para llorar.

Me enseñó a ser ahorrativo: ¡Guarda esas lágrimas para cuando me muera y me estés velando de cuerpo presente!

Me enseñó lo que es el sentido común: ¡Cierra la boca y come!

Me enseñó contorsionismo: ¡Mira la suciedad que tienes en la nuca, sucio que no fueras! ¿Que cuál mugre?  ¡Voltéate y mírala, cochino!

Me enseñó resistencia: ¡Te quedas sentado hasta que te comas todo!

Me enseñó meteorología: ¡Parece que un huracán pasó por tu cuarto!

Me enseñó el arte de la mesura: ¡Te he dicho un millón de veces que no seas tan exagerado!

Supo enseñarme el ciclo de la vida: ¡Yo te traje a este mundo, y como te traje, a la hora que me parezca  te puedo sacar de él!

Me enseñó a modificar patrones de comportamiento: ¡Deja de actuar como tu padre! ¿No tienes un tanto así de vergüenza?

Me inició en el orgullo: ¡Hay millones de niños menos afortunados en este mundo que no tienen una mamá excelente como la tuya!

Me enseñó el arte de la ventriloquia: Por qué lo hiciste, granuja? ¡No me rezongues! ¡Cállate y contéstame! ¿Por qué lo hiciste?

Me enseñó odontología: ¡Me vuelves a contestar y te estampo los dientes en la pared!

Me enseñó rectitud: ¡Te voy a enderezar de un fregadazo bien puesto!

Ahora, mis valedores, aquí los conceptos que de la madre y a siglos de distancia expresa ese monumento de la cultura ancestral de la India que es el Mokshadharma del Mohabharata:

La madre es una suerte para cada uno en su miseria. El que tiene madre tiene protectora, y está sin protectora quien no tiene madre. Aun cuando uno tiene hijos y nietos, cuando se acerca a su madre llega a ella como un niño de dos años, aunque tuviese ciento. Ya sea apto o incapaz, ya sea enfermizo o sena, siempre es la madre quien cuida al hijo, el que no tiene otra protectora en el orden natural. Cuando ha perdido la madre, entonces es cuando el hombre ha envejecido, cuando está en la miseria y se halla solo en el mundo. No iguala a la madre ninguna sombra refrescante, ningún refugio iguala a la madre, ningún ampara iguala a la madre, nada la iguala en amor. Tula. (Mi madre.)

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