Milagrero, y aquí certifico tres de los prodigios que realizó durante sus visitas a nuestro país. El primero:
En su 2ª. visita a nuestro país (1990) Wojtyla se reunió con empresarios y comerciantes mexicanos, y convirtió el corazón de los tales, roca y pedernal, en terroncillos de azúcar cande. Así le dijo un Fernández de Castro,
– Su Santidad: los empresarios deseamos el bienestar social de todos los que dependen de nosotros. Creo que los empresarios somos un medio del que Dios se vale para la administración de la riqueza temporal.
Un Eduardo García, comerciante:
– Yo soy partidario, Su Santidad, de un capitalismo popular (sic.); de uno que, como la imagen de María, se intuye y se preanuncia (sic.)
Wojtyla le echó en (la) cara su bendición. Y sonreía…
Comerciante también, Patricio Martínez:
– Usted vino a reafirmar lo que nosotros ya teníamos como doctrina social, tal como lo expresó en torno al capitalismo, al lucro exacerbado, al amor del dinero y a la mala retribución al trabajo e injusta distribución de la riqueza. De alguna manera, nosotros ya la practicábamos, porque nosotros no defendemos el individualismo egoísta que algunos practican porque siempre hay ovejas negras. Usted no dijo que el dinero sea malo, lo que pasa es que, por supuesto, no lo podemos amar al mismo nivel que los empresarios amamos a Dios. (¡!)
Finalizó la visita, y un Guillermo V. Madero, de un tal Centro Empresarial: “Qué paquetón nos vino a dejar el Papa. Claro, él habla de lo que debería ser, no de lo que es, pero no podemos quejarnos, porque lo importante es que gracias a Dios, la visita papal redituó una ocupación hotelera del 100 por ciento”.
El dirigente de la selección mexicana de futbol, un Lapuente:
– Su Santidad fue decisivo para lograr lo que tuvimos en el Mundial de Francia.
El segundo milagro: Una televisión que durante 362 días del año ventoseó basura y bodrios para alimento espiritual de los mexicanos, de súbito, al solo conjuro del Papa, el tanto de tres días mudó de pelleja y se nos tornó seráfica. Nada de jovencitas en pantaleta ni cómicos del albur. Ahora arpegios de órgano y efluvios de incienso y copal. El sketch procaz dejaba su foro a la homilía, y el albur a los latinajos. Durante tres días el México siempre fiel se nos tornó místico, como el resto del año mantenía su onanismo mental ante carnazas, pechugas y lágrimas de glicerina en las telenovelerías.
Y qué prodigio observar a los compinches Salinas y Azcárraga que al influjo del destructor de la Teología de la liberación y socio anticomunista de Reagan y Tatcher, de corruptores se nos tornaban seráficos, y en celo religioso se soltaban exudando, urbi et orbi, su parafernalia de misas y beatas, cantos litúrgicos y bendiciones, credos y antífonas y homilías, espectáculo que alcanzó altísimos niveles de audiencia y beneficios en euros para los propietarios de la TV en este país que puede ser todo lo creyente que se quiera, y hasta católico, si lo prefieren, pero que por sus obras tiene muy poco, poquísimo de cristiano. Es México.
El milagro tercero: que esa verdad oficial de los Peña y Wojtyla, Slim, Salinas y Azcárraga, sea la verdad que adoptan por suya las víctimas, esas masas que bailan al son que les tocan los medios de acondicionamiento social, tan vulnerables y enajenadas como el estudiante universitario:
– Yo lloré como un niño, y no es metáfora (sic.)
Y otro: Bailamos, cantamos y gritamos por horas.
Mis valedores: todo esto somos el México siempre fiel, no a nosotros, sino a Wojtya. (Atroz.)