Iba a ser en abril, pero de 1931, cuando los españoles proclamaron su Segunda República. También iba a ser también en abril cuando un tal generalísimo, “caudillo de España por la gracia de Dios”, inició su dictadura. Ahí se iba a desgranar la mazorca de exiliados que se desparramaron por todos los rumbos de la rosa. Para fortuna de tantos, pero más para nosotros, Lázaro Cárdenas recogió la arribazón de tantos que tanto bien iban a generar al país en tantas ramas del arte, la ciencia, la industria, el pensamiento filosófico, en fin.
Estoy mirando en las fotos niños de ayer que hoy son ancianos y ancianos que hoy son sombra, polvo y un persistente recuerdo. Telón de fondo, la imagen imponente del navío Sinaia, que en mayo de 1939 nos trajo a la flor y el espejo de una España que tras la masacre de la República se moría de la otra mitad, que dijo el poeta. Los trasterrados iban a insuflar una bocanada de oxígeno fresco en la cultura nacional. Beneméritos.
Hoy, muertos la mayoría, dejaron entre nosotros y acá se nos queda su voz poética, y de ella espigo estos fragmentos en los que, frente a un retorno por entonces imposible –que aún existía aquel generalísimo de todas las Españas-, vislumbraban la querencia “del éxodo y el llanto”. Océanos, tierra y derrotas de por medio, Juan Domenchina y la ausente presencia de Madrid:
“Cómo me dueles y me sobresaltas – en ti y sin ti, por próximo y distante – Cómo te llevo a mal traer, errante; – cómo mis brincos de ternura saltas. – Cómo te siento aquí, porque me faltas – y allí en tu estar y ser, tierra constante – donde se llenan de tu luz radiante – los días, y las noches son tan altas…”
Los campos de Castilla, en la añoranza de Ernestina de Champorcin: “Te sueño con palmeras y un cielo sin celajes – cristal inconmovible de insólita pureza – espejo sin ternura donde apenas tropieza – algún árbol reacio a todo vasallaje…”
Gente, hontanar y raíz que atrás se quedaron a la hora de la desbandada, Rafael Alberti: “¿Quiénes sin voz de lejos me llamáis – con tan despavorido pensamiento – y en aterrado y silencioso viento – sin sonido mi nombre pronunciáis…?”
Luis Cernuda, poeta dulce y blasfemo, amante de su distante España hasta los entresijos del tuétano: “¡Si nunca más pudieran estos ojos – enamorados, reflejar tu imagen! – ¡Si nunca más pudiera por tus bosques –el alma en paz caída en tu regazo – soñar el mundo aquel que yo pensaba – cuando la triste juventud lo quiso! – Tú nada más, fuerte torre en ruinas – puedes poblar mi soledad humana…”
Pedro Garfias, poeta de los mayores, un mísero destino y una vida arrastrada: “Tus cordilleras de salvaje aliento – tus íntimas, profundas, dulces vegas – tus eriales rutilantes al sol – como medallas de tu pecho presas – y tus altos castillos apoyando – en tu bastón, una vejez sincera – mirando eternamente, España mía, – sobre la palma de mi mano abierta…”
Y así también Agustí Bartra, Nuria Parés, Luis Rius, Emilio Prados, Moreno Villa y tantos más. Hoy cuánto se antoja decir sin ruido, de pensamiento adentro, esto de un León Felipe que murió sin volver a lo que vivió añorando:
A tus entrañas vuelvo, Madre (…) – Que ya no quiero más que esto: – volver a las primeras sombras de mi cueva materna – y al pozo profundo de mi huerto familiar – cuyas aguas antiguas tienen las mismas sustancias que mi sangre…”
El español del éxodo y el llanto; el poeta de la memoria y la nostalgia de la raíz. Hoy, aquí, su voz y su nostalgia. (Exodo y llanto, España.)