El poeta y su gloria

Atabales tocan – en Belén, pastor -trompeticas suenan – alégrame el son.

La  Navidad, mis valedores, vale decir: la unción, devoción y recogimiento de todo católico, o el tal  no pasa de gesticulador. Yo, por ponerme a tono con la festividad, busqué la literatura alusiva, y ya todo autor, todo villancico con que me topaba, era ya del conocimiento general. Insistí, y rastrillando en mi biblioteca me fui a encontrar los villancicos, frescos y olorosos a pan de flor, del Romancero espiritual que escribiera ya va para cuatro siglos José de Valdivielso, clérigo poeta que en pleno Renacimiento tomó vinos viejos y los vació en odres nuevos para sus tiempo, como para el nuestro también.  Mis valedores: ¿lo conocen ustedes, lo habrán leído? ¿No..?

Van aquí, como vía de presentación, algunas reflexiones en torno a la vida y obra de uno de Valdivielso, uno de los más significativos cantores del Recién Nacido, que ha conocido la Cristiandad. De inicio tomo estas líneas sin firma, que afirman: “La  ternura fue su fuerte. Muy a su gusto se le siente en la evocación de escenas humildes y divinas personas, Jesús, María y José. Familiar con la que fuera sagrada, infantil hasta la ingenuidad. Delicado, tierno, con sus representaciones dramáticas contribuyó, y no poco, a la maduración del auto sacramental”. Que para su obra se basa, como Lope y varios más, en aires populares de vivísima gracia, de gracia divina y de muy humanos motivos emotivos y airosos. El donaire, vuelo y revuelo que las aviva, su alegre festividad, son animado prodigio, fabuloso juego de ritmos y variaciones métricas. “Seguro, atinado,  cierto, certero, dio en el blanco al ir a dar en la blancura de la Eucaristía.

Al lavadero del río – lleva el pastor montañez –  al Cordero que nació – a media noche, en Belén – Recental de la Cordera – a quien el zagal Gabriel – vino a visitar un día – por escogida del Rey.

De este modo el poeta expresa su ingenua ternura al Recién Parido en villancicos que saben a gloria, oro en los versos del Siglo de Oro, que se expresan con el sentir de entonces, dando a Dios lo que es del pueblo, el granito de sal, mucho de ingenuidad y algo de campechanía. Se dijera que ambos, poeta y Galán divino, fueron conocidos desde un remoto más allá, carne y uña con su amor antiguo, de tan a la buena de Dios que se tratan.

Pero volviendo a la poesía religiosa, mis valedores: bueno será traer aquí algunos de los villancicos que escribiera José de Valdivielso, poeta clérigo, recoleto y menor. ¿El tema? Un pesebre, claro, y una noche estrellera, el vaho de los  animales y los lloros de un recién nacido que andando el  tiempo llegaría a coronar con  dos maderos atravesados el Monte Carmelo.

José de Valdivielso,  cantor del Recién Parido, a quien se vive cortejando de mil y una formas, poéticas todas ellas, y al que agasaja con galanuras y airosos epítetos; aquí le nombra galán repulido y allá pan de flor. Hoy lo ensalza de recental y mañana le dirá lirio oloroso, y así a lo largo y ancho de su poesía de amoroso cantor del Niño, del Niño Dios. Así expresaba su delicado amor un poeta que fue, al par que canónigo de alguna de las tantas catedrales que erigió en Toledo la devoción de los siglos XVI y XVII, amigo y valedor de Cervantes y Lope, por más que sospecho que de este último sólo en lo que pudo caber, dada la condición arrebatada y tornadiza que dicen que tenía el Fénix de los ingenios.

Las sienes coronadas de espigas de trigo – entre ellas mezclando olorosos lirios.

(Y la paz.)

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