Racismo y esclavitud se abolieron en México antes que en los Estados Unidos.
¿Abolidos en México racismo y esclavitud? ¿Podrían afirmarlo el indígena, la sexo-servidora, la persona de creencias religiosas distintas a la católica, la de preferencia sexual distinta y el extranjero llegado del sur? «Cuando yo trato de exigir mis derechos, afirma la empleada doméstica, los patrones me responden: ¿cuáles derechos, si tú eres sólo la chacha?»
Porque estas modernas esclavas, por salarios de hambre, tienen que cumplir jornadas de labor de entre 14 y 16 horas, recibir un trato despectivo por parte de sus patrones y para todos ser la “sirvienta”, la “criada”, la “muchacha”, la “gata”, y no más. Aun cuando se trata de más de 2 millones y luchan constantemente por mejorar sus condiciones laborales, son víctimas de explotación, discriminación, abusos y hostigamiento sexual; porque, como se jacta el patroncito:
¡Para carne buena y barata – la de la gata! Abyecto.
Por que calculemos el trecho que nuestro país haya avanzado en materia de derechos humanos con la abolición del racismo y la esclavitud de la empleada doméstica, transcribo palabra a palabra la escenilla hogareña que ocurrió en la Grecia de hace 25 siglos:
Corito: Siéntate, Metro. ¡Y tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo, porque tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Pero cuando te mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Sí, ahora ahí lo estás frotando y sacándole brillo; buena hora es, bribona. Bendice a esta señora, que si no fuera por ella, ya te estaría dando de palos.
Metro: Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…
Corito: ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son ustedes todas oíos y lengua, y en lo demás, pura pereza!
(Y aquí el detalle esperpéntico. ¿Saben ustedes cuál fue el asunto que llevó a la visitante hasta la casa de Corito? Regresarle cierto objeto consolador de mujeres solitarias y después de ponderar forma y tamaño preguntarle acerca del artesano que fabricaba tan soberbios adminículos.)
Y en materia de racismo y discriminación, mis valedores: ¿A la distancia de 25 siglos y de la esclava a la «chacha» algo habremos avanzado en materia de respeto a los derechos humanos? ¿Cuánto hemos evolucionado al respecto? Aquí un par de expresiones que “exaltan” a la empleada doméstica.
Sabines: “Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean en la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente, peinadas y planchadas, caminan, por entre los niños y los globos, y charlan y hacen amistades, y hasta escuchan la música que en el quiosco de la Alameda Santa María reúne a los sobrevivientes de la semana. Las gatitas (sic), las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución». (Boquiflojo.)
El poeta sudamericano, mejor: «Mi hermosa criada de altos pómulos como cálices rojos- está frente a mí y el humo del café – Mi hermosa criada pálida como un escualo – se continúa con sus luminosas espinas rosas en el pan – Mi hermosa criada de brazos redondos y complejos – se desvanece en la niebla perpetua».
Ella, la trabajadora doméstica, la esclava de nuestros días. (Dramático.)