Al Ave Fénix aludí ayer, y a lo provechoso que la fabulilla pudiese resultar para el Peña de esas fementidas reformas de las que no creo sea el único responsable, pero en fin, el final del relato.
Habiendo logrado adquirir para su zoológico el mítico pajarraco, Poldero se dolió de que perdía la cantidad económica invertida en su adquisición porque la mansedumbre del ave no atraía la atención de los visitantes. Al tratar de reemplazarlo por otro Fénix se enteró de que era el único ejemplar en el mundo y de que al llegar a la vejez recobraba su juventud incinerándose en una hoguera de llamas vivas. Entonces decidió acelerar el proceso de envejecimiento para que el espectáculo de la hornaza le redituara ganancias, y fue así como atiborró la jaula de inoportunas, nefastas reformas energéticas, laborales y educativas. Siniestro. Y aquel día…
¡Por fin! Aquel día el Fénix comenzó a dar muestras de impaciencia y a encrespar las alas. «Eureka! ¡La hora ha sonado! ¡No tardará en prenderse fuego! ¡El pajarraco se acerca a su fin! ¡A hacerle propaganda al espectáculo!»
Poldero instrumentó su campaña publicitaria y firmó un contrato por los derechos de radio, cine y televisión. Por vender tantos boletos como fuese posible el manejador del zoológico había excitado la curiosidad y el morbo de un público enviciado al deleite inmundo de la nota roja, y ahora anunció la incineración del Fénix. El gigantesco auditorio donde se montó el espectáculo quedó atiborrado. La jaula, estallante de luces, cámaras y micrófonos. El anuncio del espectáculo que estaba por ocurrir frente a un público morboso e interesado, desde un altavoz:
“¡El Fénix, distinguidos visitantes, es el aristócrata de las aves! ¡Ante los ojos de todos ustedes, que pagaron su boleto, se dispone a construir el nido de amor para recobrar su juventud perdida!»
Ahora el Fénix se introducía en una jaula atiborrada con manojos de ramas espinosas y alambres de púas. «Si precisa más combustible ya tengo en mente nuevas medidas para quemarlo mejor», reflexionó Poldero, y al micrófono:
– ¡El Fénix, distinguidos visitantes, se dispone a renacer ante nuestros ojos!
¡Y en Los Pinos orgasmos de aplausos de los «distinguidos»!
Un estremecimiento sacudió al ave anidado entre leños y alambres de púas. ¡Las cámaras de cine y TV. se activaron! ¡Las luces alumbraron la jaula! Poldero, a todo volumen:
– ¡El momento que el mundo ha esperado! ¡En 120 días el Fénix, gracias a nuestras reformas, va a renacer!»
El ave, anidada en su pira, pareció dormir ante el morbo de un público vicioso de la nota roja en las pantallas de televisión, y fue entonces.
De repente el Fénix se irguió, miró hacia la muchedumbre y… ¡en ese momento Fénix y pira estallaron en llamas que abrasaron el auditorio de Los Pinos! ¡En dos minutos todo quedó reducido a cenizas, y miles y miles, con todo y Poldero, perecieron en el incendio! Señor Peña…
¿La moraleja? Porque el Fénix, recuérdenlo; el Ave Fénix no muere. De sus cenizas renace, que ese es su destino: sobrevivir a Polderos y las nefastas reformas impuestas por el gran capital. Al decirlo, señor Peña, miraba yo, en el matutino:
De esa manera se agudizan las tensiones, se polariza a la sociedad y se elevan irresponsablemente los problemas de gobernabilidad, abriendo la puerta a una peligrosa crisis política.
Lo afirma H. Labastida:
¿Qué sucederá en el inmediato futuro? Sin duda el pueblo triunfará.
Todo esto es México, señor Peña, nuestro país. (Yo, aquel escalofrío…)