Hagamos de cuenta que fuimos basura – vino el remolino y nos alevantó. (Tonadilla popular.)
Peligroso me parece, dije a ustedes el viernes anterior, que Margarita Zavala amenace con incrustarse en la burocracia política del país como dirigente de Acción Nacional (¿»dirigenta», debo decir, disparate del tamaño de «presidenta»?), esto como vía para luego posar sus dos reales en el sillón de Los Pinos. Peligroso, sigo diciendo ahora mismo, porque tal como escribí alguna vez ante ese vendaval que se llamó Marta, y que con su segundo marido integró del 2000 al 2006 la «pareja presidencial»:
A las masas la de plasma me las tiene aturdidas, manipuladas; un pícaro con audacia las haría votar por la Niurka o cualquiera otra aventurera de esas. Las masas se van a la propaganda, al falso carisma, al relumbrón. Las masas, señora Marta, precisan de ídolos, no de estadistas. Quienes hubiese votado por usted son los mismos que votaron por el empresario y segundo marido de usted, y ahí el resultado. ¡Vamos, México!
A tí te lo dije, Marta; entiéndelo tú, Zavala…
Así pues, mis valedores, la esposa del matancero del sexenio anterior intenta recorrer el pantanoso camino que conduce a Los Pinos. Yo, discípulo fiel de la historia, recuerdo los intentos de aquella Marta de Fox y su conducta desarreglada, que a los mexicanos tanto nos vino a costar en moneda nacional, o sea en dólares, durante los seis años que gobernó como parte integrante de la «pareja presidencial». ¡Vamos, México!
Aquí, ahora mismo, continúo con el recado que el viernes pasado envié a la esposa del matancero Calderón. Señora:
¿Se tantea usted capaz de un ejercicio de autocrítica como para ya instalada en Los Pinos no ir a caer en los alardes baratos, carísimos para mí y los demás, de nueva rica? ¿Quién me asegura que ya logrado su intento no perderá cordura y decoro, y entonces aflore en público toda la zafiedad de algunas otras, y la supina ignorancia de todas ellas, y su codicia desbozalada y rampante vulgaridad cuando «primeras damas»? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también por nunca haber sido, busca, por compensación de no ser, tener?
Sus derroches los pagaríamos yo y la multitud de aturdidos que hubiésemos caído en su hechizo y cruzáramos su nombre en la papeleta? ¿Qué nueva catástrofe podría ocurrir si de pronto le brotasen, salpullido de la mediocridad, esos instintos rupestres, pedestres, de la arribista, y a lo compulsivo le diera por figurar, por atragantarse de protagonismo y alumbrar su figura con todo el fulgor de todos los reflectores, las candilejas y los fuegos de artificio, y a mis costillas se rodease de lujos, derroches y toda suerte de alardes de nueva rica? Señora:
Tiene padres, tal vez, como los tuvo Marta. Tiene hijos como ella, y toda una familia detrás. ¿Caerá usted también en la abyección de atascar de dinero ajeno a toda esa parentela? ¿Dará mi dinero al padre, al hijo, al Espíritu Santo? Y lo catastrófico:
Manejar los restos del PAN no me parece empresa que requiera condiciones de excepción; peor de lo que lo dejó el carnicero no puede estar. Pero de ahí intentar treparse a Los Pinos, señora: ¿usted con madera de estadista? ¿Presidente de mi país? (¿»Presidenta» debo decir, como «jueza» y residenta»?) No. Lo que es por mi voto usted nunca de los nuncas va a dar a Los Pinos. Usted hasta aquí llegó. Fue flor de un día, o más propiamente: flor de un sexenio, el de su marido. No más. Vale, y firmo para constancia. ¿O a lo mejor..? ¿O a lo peor..? (Lóbrego.)