Mediodía. Hice garras el matutino y lo tiré a la basura. Desde la ventana del cuarto piso contemplo allá abajo la extensión panorámica de mi barrio. Dejo ir la mirada tras esa fuga de calles, y plazas, y parques públicos, casas, patios, azoteas, todo ese humano paisaje afanándose en el áspero oficio del diario vivir. Mi barrio.
Me gusta mi barrio, con sus típicos perfiles: allá, en la contra-esquina, la tintorería de don Tintoreto, lavado en seco y a todo vapor, donde resucitan mis camisas con un oportuno recambio de cuello y puños, que hagan de cuenta recién bautizadas. (De repente, en el pulso tranquilo de la barriada, el santo y seña de este país: una descarga, una ráfaga de AK-47, un acelerón de motores y luego, clamor de parturientas, el aullido de las sirenas de patrullas y ambulancias. Cuántos difuntos serían esta vez. México.
Taquicardia. La intento amansar observando al zapatero remendón que pone a mi barrio punteras y medias suelas, con sus tacones de mucho lucir. Al cobijo del eucalipto la mano abierta de esa vejancona derrengada de tiña, abandono, vejez. Tan tosca ella, tan retraída. Mi única, corazón de mieles, logró que la anciana aceptase esa silla baja que le mandó forjar con el carpintero de aquí a la vuelta. “Y con su descuento, señito, a los buenos marchantes”; él, que ya nos repara una mesa, ya encera un librero, ya arregla la pata del catre en que duerme a estertores su tricolor borrachera mi primo el Jerásimo, licenciado del recién resucitado Revolucionario Ins. (Por cierto: ¿en qué piquera de qué barriada seguirá celebrando mi consanguíneo?)
Estoy mirando mi barrio. No me resulta simpático El Cejas, con su negocio de pornografía que disfraza con la venta de monas, pastas, Extasis. Me ve venir y me corta el camino; su burla sardónica: “Andele, bigotón, conque votando por Peña”. Yo cambio de acera.
¡Malvados advenedizos! Cuando los de la vulcanizadora no están recubriendo repelos de llantas se la viven chutando, driblando y tirando a gol, que ya anotaron en los cristales de todas las ventanas (con los delanteros del Tricolor no habría peligro.) Y ya me dan por atrás (chanfleado el esférico), y ya avientan sollamados envites a La Lichona, que va pasando. Cábulas.
Ese que se oye a dos cuadras es el silbato del afinador; ese otro, el altoparlante del merolico. El ropavejero antes de Calderón: “¡Ropa usada que vendan!” Hoy: “¡Ropa usada que compren!” El barrio «estrena» chonchines de segundos cachetes. Texanos. México.
Mi barrio, que fue de clases medias altas, luego medias-medias y que hoy anda con las medias al filo de los tobillos, barrio que conocí garapiñado de boutiques y comederos de lujo; que cae en picada de más a menos, cuando antes iba de menos a más; que en la escala social y económica desciende escalones mientras le resucitan, variopintos, los personajes que son santo y seña del arrabal: el sastre que adapta a mi medida la ropa usada, la costurera del zurcido invisible, y el limpiabotas, el limpiaparabrisas, el tragafuegos, el músico ambulante, el vendedor, el payasito de las cuatro esquinas. Mi barrio.
¿El matutino, por qué lo eché a la basura? Frente a la atroz realidad de mi barrio el gobierno lo acaba de asegurar: “La economía mexicana crecerá al 4 por ciento». Y que muy socio de China, y que…
El peso, en tanto, en caída libre. Qué país este México. (En fin.)