Su dignidad es más poderosa que la fuerza de un imperio (C. Lage.)
Cuba, heroicidad y pundonor. Hoy, fresca la presencia de Obama a nuestro país, a la mente se me vienen virutillas de poemas del cubano Nicolás Guillén, que traigo a flor de memoria. Digo este poema, digo aquel, y verso a verso voy captando –catando, cantando- un anchuroso retazo de la historia nacional de la Isla a partir de la historia de su poeta, desde los tiempos anubarrados en que Cuba era, y no más, tres entidades distintas y una sola indigencia:
El negro – junto al cañaveral – el yanqui sobre el cañaveral – la tierra bajo el cañaveral – ¡Sangre que se nos va!
La visita imperial me llevó a releer a Guillén, a percibir su poesía, zumo y raíz de esa cubana negritud que recrea a aletazos de versos de soberbia sonoridad, ritmo novedoso y buen son; de una bullanga y un dolorimiento que vienen del barracón y que se afincan en raíces del Africa distante. Voces negras, ritmos alucinantes y esas onomatopeyas que retumban en las percusiones del bongó y la tumbadora, mágicos ritmos de la semilla afrocubana.
La amargosa ironía del negro forastero en su propia tierra; la protesta social y una exasperación que avienta al poeta al desprecio: Me río de ti, negro imitamicos – que abres los ojos ante el alarde de los ricos! Sarcasmo amargo con el que el poeta define a la Cuba de aquel entonces: Coroneles de terracota – políticos de quita y pon.
Ahí está ya, vivo en cuerpo y rabia, el verso comprometido con su día y hora, con su tierra y su negritud; verso que mueve y remueve conciencias en esos moldes de esencia cubanísima, y por ello universales, con la cadencia y el contracanto de un folklore que es mixtura de dos borbollones de sangre entremezclada: Azúcar para el café – lo que ella endulza me sabe – como si le echaran hiel.
Malo. El poeta comienza apenas –a penas- a descascararse de su primera juventud, y es cuando a la vista de yanquis que habilitan de mancebía la tierra cubana, escribe ¡a sus apenas 32 años! Si me muriera ahora mismo – Si me muriera ahora mismo – ¡Qué alegre me iba a poner!
Mal rodaban las cosas. Guillén, como quien no quiere la vida, por no quedarse en la trova de las tristuras se interna en la militancia política. Viajó, asistió a congresos, hizo periodismo militante y, socialista, visitó fábricas y convenció remisos mientras seguía produciendo sus versos mágicos, con esas sonoridades y esos retumbos de instrumento percusor (precursor) que cantaban unas verdades que desenmohecen conciencias adormecidas de trópico, ron y analfabetismo.
Y la esperanza, que el Moncada y Sierra Maestra concretarían: Ay, diana, ya tocarás – de madrugada, algún día – tu toque de rebeldía – Ay, diana, ya tocarás.
El que de joven mentaba la muerte como un don apetecible aprende, según vive, el oficio de la esperanza, que es el del rejuvenecimiento. Para Cuba el buen tiempo no iba a tardar, y llegó. Guillén, ya joven a sus 57 años:
Tengo, vamos a ver – tengo el gusto de andar por mi país – dueño de cuanto hay en él (…) Tengo, vamos a ver – tengo lo que tenía que tener.
El ánimo quebrantado a la vista del tiburón y las sardinas se me han venido de golpe las preguntas de Guillén que azozobran, que espeluznan. Donde él dice Puerto Rico yo digo México:
¿Cómo estás, Puerto Rico – tú de socio asociado en sociedad? – ¿En qué lengua me entiendes, – en qué lengua, por fin, te podré hablar? Si en yes, – si en sí, – si en bien, – si en well – si en mal, – si en bad, – si en very bad…
(México.)