El escándalo que acaba de provocar Lady PROFECO me trajo a la mente el incidente que hace algunos ayeres me contó Maritoña, vecina mía del edificio, respecto a los buenos oficios del organismo oficial. Ella había ido a quejarse porque en el Rock’s, restaurante, la trataron con mala leche, que se la sirvieron echada a perder. Y que después de la queja pasó el tiempo, y el restaurante se convirtió en un negocio de refacciones para automóvil, «donde transaron a mi marido con una batería de segundo cachete, ¿usted pasa a creer? Pero mi Arcadio ya no era el mismo, y tiempo después se dio a la bebida».
Yo, un traguito a la de menta y azahar.
– ¿Y a dónde cree que se iba a chupetear el muy briagadales de mi barrigón? Al Haz por venir, botanas de chilacayote.
– ¿Sería donde antes estuvo el..?
– Donde antes estuvieron los abusivos vendedores de baterías, que meses antes habían quebrado. Y ándele, que por esos días se nos vino la liberación femenina, y las leyes cantineras dieron entrada al “viejerío”, ¿No le llamaba así el barbón Punta Diamante?, y entonces la cantina aquella se volvió un verdadero desgarriate (un verdadero desmadre, perdón); un desmadre disfrazado de burdel. ¿No lo estoy aburriendo?
Afuera, las campanadas del ángelus. Memoriosa, mi vecina:
– Pues nada, que con una de esas pútridas que se las daba de muy trabajadora sexual se me huyó el Arcadio. Las últimas noticias del perjuro fueron de que lo vislumbraron alla por Chinches Bravas, Alto Lucero, Saltabarranca o algún otro poblado de mi lindo Veracruz. Que por allá andaba dándole gusto a la vida con una prieta de aguayones doble ancho. Así, mire, y no es por dárselas a desear.
– Pues usted no anda muy escasa que digamos.
– Es que a él siempre le han chiflado las nalgas. Las de las morras, digo. Yo entonces pensé: qué se me hace que ora sí voy y pongo otra queja esta vez contra el adúltero de Arcadio, y al Haz por venir les meto una demanda en la Procuraduría del consumidor. ¿No fue consumidor de la piquera mi viejo, y más tarde del burdelito? A la administradora, por alcahueta. Pero no, preferí mejor encomendarme a Santa Rita de Casia, ella que es la abogada de las causas imposibles, y en este país imposible resultaría que las autoridades clausuraran un burdel o una cantina. Primero clausurarían la cámara de los comunes (y corrientes), o sea la gallera de los diputados, y haría bien. Pero ahora, de repente, vea.
Me mostró aquel cacho de papel. Leí: «En relación a la queja le solicitamos indique el domicilio del proveedor con el fin de tramitar debidamente su reclamación». Y que atnte., y una pila de garabatos, y a la fecha.
– Bueno, sí, ¿pero cuál es su preocupación?
– ¿Cómo de que cual? ¿Pues ora con qué cara voy a parármeles enfrente a los procuradores del consumidor, ellos que con tanta prontitud, eficacia y espíritu de servicio se viven protegiéndonos contra las malas entrañas de los comerciantes de carne, huevos y leche, para salirles con aquello de que conmigo ya no se molesten? ¿Con qué cara decirles, sin que los beneméritos de la PROFECO se vayan a ruborizar, que allí donde me transaron con la leche adulterada ya no hay Rock’s cual ninguno, ni un taller eléctrico El electrolito, ni cantina Haz por venir, ni burdelito, porque ya el eje vial borró del mapa el cacho de calle donde se alzaban las sucesivas negociaciones? ¿Cómo decirles sin irlos a apenar? Pobres, ¿no?
Suspiré, qué más. Ahora que si al frente del organismo federal hubiese estado la oficiosa Lady PROFECO, pues…
(México.)