¡Religión y fueros!

Esa es la historia, mis valedores. A fines de 1833 don Valentín Gómez Farías, que por enfermedad del presidente López de Santa Anna ocupó la presidencia de México, se propuso sacar el país de la etapa colonial, para lo cual promulgó decretos reformistas que vulneraron la viva entraña de las sotanas, elemento principal, junto con el ejército y los terratenientes, de la línea ultraconservadora que detentaba el poder y acaparaba las riquezas materiales del país.  Aquí, de entre las medidas de corte progresista:

La supresión del Colegio Mayor de Santos. Sus fondos pasaron a la educación pública.

La supresión de la Universidad, que fue sustituida por una Dirección General de Instrucción Pública, la cual quitó al clero el monopolio de la educación. A la mencionada Dirección pasaron los establecimientos educativos, los monumentos y obras de arte y los fondos públicos destinados a la enseñanza. A su cuidado quedaron los libros de texto, la designación de profesores, la elaboración de planes de estudio, la expedición de títulos, en fin.

Dejar en libertad a los feligreses para pagar o no el importe de los diezmos a la Iglesia.

Dejar en absoluta libertad a frailes y monjas para cumplir o no los votos monásticos.

La enajenación de los bienes del clero regular, dejándole sólo el usufructo de dichos bienes.

Tales disposiciones, aconsejadas por don José María Luis Mora y dictadas por los liberales, eran vitales para el  adelanto y la modernización del país, que necesitaba abandonar el sendero del régimen colonial por el que todavía transitaba. Los obstáculos que las medidas reformistas atacaron hacían imposible el funcionamiento del sistema democrático que el país había escogido como garantía para su desarrollo posterior.

Pues sí, pero como la comunidad aún no estaba preparada para reformas tan radicales que los liberales se atrevieron a decretar, las cuales  herían intereses muy poderosos, el clero hizo creer a las masas sociales que con aquellas medidas se atacaba la religión, lo que provocó una tremenda agitación, también  alentada por un ejército corrompido hasta el tuétano. Clero y ejército aliados se atrajeron a los terratenientes, y entonces resonó la proclama desafiante, altanera:

– ¡Religión y fueros!

Santa Anna dejó su retiro en Manga de Clavo, Ver., y regresó al gobierno para deshacer las medidas progresistas de don Valentín Gómez Farías, que hubiesen marcado la finalización del período de un pueblo enajenado y el inicio de un México independiente en verdad. Y transcurrieron 24 años. Ahora instigados por el Papa Pío IX, que desaprobó la Carta Magna de 1857 porque afectaba privilegios y riquezas materiales del clero mexicano y que excomulgó a los redactores de la Constitución y a quienes la obedecieran, curas y demás organismos ultraconservadores resucitaron el pregón altanero: “Religión y fueros”, que iba a bañar de sangre el territorio patrio.

Hoy: La jerarquía católica inicia una campaña para que el gobierno federal acepte introducir educación religiosa en las escuelas públicas. La Unión Nac. de Padres de Familia exige modificar el 3º. Constitucional para que se reconozca el derecho de los padres a educar a sus hijos.

Del país de aquellas sangrientas épocas del 1833-57 al México de los Legionarios de Cristo y Norberto Rivera,  ¿cuánto hemos avanzado para salir de esa Edad Oscura que fue, que sigue siendo, el Virreinato? ¿Culpa de quién, de quienes? Culpa de todos nosotros, sin más. (Es México.)

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