Y qué endemoniado santo o demonio seráfico protege al afortunado López Obrador. Porque, mis valedores, como «derrotado» en las elecciones del 2006 su fama pública como titular del Ejecutivo permanece limpia e incólume, pero de haberse terciado la banda tricolor… (me permito internarme en el inexistente terreno del «hubiese»), ¿el tabasqueño hubiese tenido que penetrar al palacio legislativo por un acceso excusado y salir por el mismo sitio excusado para de ahí entrar a la historia por el fondo a la derecha?
Ya terciada la banda presidencial que una mafia de picaros le agenció con argucias de mala ley, ¿comenzar a tragar sapos, y crudos, y en ayunas, y sin hacerles gestos, porque había llegado el momento de pagar facturas a los facinerosos que lo encaramaron en el Poder? Sí, los Azcárragas y Gordillos, Obamas y mega-ricos, sotanas y púlpitos y Vaticanos…
¿Cargaría de por vida el baldón de espurio, impostor e impuesto a la fuerza por los verdaderos factores de poder? ¿Sería repudiado por medio país y tan sólo despreciado por la otra mitad? ¿El terror a enfrentar las aclamaciones populares lo hubiese llevado a convertir en bunker la residencia oficial, de la sala principal a los servicios excusados?
¿De su bunker no hubiese salido sin el arropo y la protección de escuadrones de guardias presidenciales movilizados con vallas, tanquetas y rifles de alto poder? Si su carácter de presidente lo obligase a viajar por el territorio del país, ¿cuántos elementos del Estado Mayor Presidencial y congéneres se le echarían por delante (y por detrás, por los flancos, por arriba) para contener la iracundia de unas masas exasperadas porque “López, el mediocre dipsómano”, le robó la presidencia al “legítimo” y como presidente nos resultó un émulo del “Nopalito” Ortiz Rubio?
¿De tal calibre el odio y el aborrecimiento que provocase en los mexicanos, que en su visita a cada ciudad tuviesen que desplazar divisiones, escuadrones y pelotones de sardos, marinos y policías que acordonaran decenas de colonias en derredor del sitio convertido en bunker donde el tabasqueño fuera a permanecer el tanto de cinco minutos porque los reclamos, silbatina y huevazos de los asistentes lo forzaran a abandonar la reunión por la puerta del sitio excusado?
¿Qué medidas hubiese tomado al intentar la empresa imposible de «legitimarse»? ¿Un gasto aberrante de millones y millones de dólares, nuestra moneda nacional, en millones y millones de anuncios publicitarios que día y noche aturdieran a las masas sociales? ¿Escogería decretar una guerra particular que convirtiese el territorio patrio en un descomunal camposanto donde identificar y dar sepultura a los cadáveres que corrieran con suerte, y a la abrumadora mayoría de ellos abandonarlos a su suerte y a sus posibilidades? ¿O la compulsión por despojarse del sambenito de espurio hubiese llevado al de Tabasco a aplicar ambas medidas, guerra y «spots» de manera simultánea? ¿Quién, quiénes pagarían la factura de los millones de balas y «spots»?
Para regir un país el estadista se rodea de colaboradores de primera. Para que no le hagan sombra, el funcionario de segunda se apoya en individuos de tercera. ¿Qué gabinete hubiese elegido López Obrador?
Crisis, pandemias, muertes de colaboradores, ¿sería la mala fortuna seña de identidad del tabasqueño? ¿A modo de compensación por su complejo de mediocridad utilizaría todos los «medios» para alabarse y presumir logros de gobierno que sólo en su mente existieran? (Esto sigue después.)