(Presentes los Flores Magón. A su memoria.)
México en vísperas de su revolución. En crónicas de época testigos presenciales describen una atmósfera electrizada, donde el más leve estímulo iba a hacer estallar la eclosión. Ya en 1888 publicaba El Monitor Republicano aquella situación conflictiva. (¿muy distinta a la de hoy día?)
Esta paz no es la paz debida a la prosperidad del país y al acierto de sus gobernantes, sino la paz de la resignación. No puede decirse que la hacienda nacional se encuentre próspera, como los partidarios del actual orden de cosas pregonan, pues, lejos de esto, se encuentra demasiado comprometido con los empréstitos y demás gastos imprudentes y exagerados de la administración. Hay un sordo descontento y una miseria general. (El México de hoy, ¿distinto?)
Entre los observadores cundía la alama, la expectación y el excepticismo ante el clima de tensión que llevó a la «fiesta de las balas» que entre las masas obraras y campesinas, la consabida carne de cañón, iba a arrojar un saldo de un millón de cadáveres:
“¿Fue acaso Madero á la rebelión arrastrado por el desbordamiento de la desesperación del pueblo, ó preparó deliberadamente el sentimiento público para aprovecharlo como el único medio posible de asaltar la presidencia del país? Era verdad, el sentimiento público en México había venido siendo más y más hostil al Gral. Díaz desde hace diez años. El país hallábase en estado de fermentación intensa; la situación era insoportable; el más sutil pretexto podía ser el latigazo que despertara la reacción y diera rienda suelta al odio insaciable de los pueblos contra sus inmediatos opresores, insaciables también en su rapacidad y opresión».
Los diarios de época describían el conflicto: “La agitación maderista no fue sino un estímulo de acción poco considerable. Lo que estimuló de veras á la revolución fue el pensamiento pavoroso de que en diciembre de 1910 iba á inaugurarse un nuevo período de porfirismo. ¿Cómo iba Madero, que había gastado tiempo y dinero y consagrado una labor incesante y febril en la aventura, á consentir después en retirarse a la vida obscura de provinciano, de donde había salido poco antes? ¿Cómo era posible que después de haber visto su nombre figurar en cédulas como candidato á la presidencia de la República y recogido como tal aclamaciones en todos los pueblos se retirara sin hacer el último esfuerzo decisivo arrastrando á la guerra á sus partidarios más fieles? Madero había llegado al punto en que todas sus ambiciones se concentraban en una sola: arrebatar la presidencia al Gral. Díaz.
Madero trepó a la presidencia, y el comentarista:
«No soy de los que creen que la ambición política es un crimen. En las democracias, todos los ciudadanos pueden tener la suprema aspiración de gobernar. Pero esto á condición de que se subordine á otro anhelo más grande: el de servir leal y desinteresadamente á la patria. Pero que a Madero le preocupaba muy poco la libertad y el bienestar de los pueblos, lo demuestran no ya incalificables hechos posteriores á la caída del Gral. Díaz, sino los preliminares y los comienzos de la revolución, que indudablemente fueron la causa de que un gran número de quienes le acompañaron en la campaña pacífica resolvieran apartarse de él en la rebelión. Si Madero anhelaba realmente la libertad y el bienestar del pueblo, ¿por qué no enderezaba todas sus energías dentro del terreno de la ley?»
Madero. Primero, la prisión; después, la vida. Ellos, los Flores Magón, (¡presentes!)