Excomunión

Don Miguel Hidalgo esta vez,  mis valedores. En la Nueva España de 1810 existían 29 centros culturales y 11 mil 118 templos católicos. Quien osó levantar un pueblo en armas lo pagó con su vida una vez que sobre su tonsura cayó todo el peso de una excomunión que  siglos más tarde la Iglesia Católica calificaría de inexistente.  En octubre de 1810, el Arzobispo Lizama:
“Hijos míos, no os dejéis engañar: el cura Hidalgo, procesado por hereje; no busca vuestra fortuna sino la suya; como ya os tenemos dicho en la exhortación del 24 de septiembre: Ahora os lisonja con el atractivo halagüeño de que os dará la tierra: no la dará y os quitará la fe; os impondrá tributos y servicios personales, porque de otro modo no puede subsistir en la elevación a que aspira y derramará vuestra sangré y la de vuestros hijos”.
Del documento que, fechado el 24 de septiembre de 1810, firma Abad y Queipo, más tarde sospechoso, él también, ante el Tribunal de la Inquisición:
“La Nueva España (…) se ve hoy amenazada con la discordia y anarquía, y con todas las desgracias que la siguen. El cura de dolores don Miguel Hidalgo (…) levantó el estandarte de la rebelión y encendió la tea de la discordia y anarquía, y seduciendo una porción de labradores inocentes les hizo tomar las armas; y cayendo con ellos sobre el pueblo de Dolores sorprendió y arrestó los vecinos europeos, saqueó y robó sus bienes. Como la religión condena la rebelión, el asesinato, la opresión de los inocentes; y la madre de Dios no puede proteger los crímenes; es evidente que el cura de Dolores, pintando en su estandarte de sedición la imagen de nuestra Señora, y poniendo en su referida inscripción, cometió dos sacrilegios gravísimos, insultando a la religión y a nuestra señora.
El cura Hidalgo (…) insulta igualmente a nuestro soberano, despreciando y atacando el gobierno que le representa, oprimiendo sus vasallos inocentes, perturbando el orden público, y violando el juramento de fidelidad al soberano y al gobierno, resultando perjuro igualmente que los capitanes.
Yo (…) vuestro obispo (…) por ustedes debo enfrentar a este enemigo.
Cincuenta y tres cargos contra Hidalgo formuló el Tribunal de la Inquisición, a los cuales el acusado respondió con esta defensa:
“Todas mis acciones estuvieron fundadas en el derecho que todo ciudadano tiene cuando cree que la patria está en riesgo de perderse”.
¿El dicho Padre de la Patria murió excomulgado? ¿Lo excomulgó Abad y Queipo, obispo de Michoacán? De ser así, ¿valió la excomunión? ¿Lo excomulgó Pío VII? De ser así, ¿tanta iracundia en una figura que representa lo mejor de los símbolos religiosos? De la excomunión papal:
«Que todos los ángeles y arcángeles (…) y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan (…)  Que San Juan el precursor, y San Pedro y San Pablo y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo lo maldigan. Que el Cristo de la Santa Virgen  lo condene (…) Que la santa y eterna Virgen María, madre de Dios, lo maldiga (…) Que sea maldito  en el vivir y en el morir; en el comer y el beber; en el ayuno o en la sed (…) Que el Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen. Amén. ¡Así sea! Amén».
Y digo yo: ¿tanto rigor en un «representante de Dios»? ¿Pues cuáles fueron, a ojos del vicario del Cristo del amor, los crímenes cometidos por el iniciador de la independencia mexicana?     Mis valedores: esto es México. (Nuestro país.)

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