Atajé a Chávez

Porque ese embrujo produce el sillón de Los Pinos, mis valedores: que al grande más engrandece y al mediocre lo achaparra aún más, y qué otro recurso queda entonces al pequeñajo, si no es los de la megalomanía y ese autoelogio que en su boca se convierte en el más aborrecible de los vituperios, que así ofenden a los gobernados. El beato del Verbo Encarnado, pongamos por caso.
Pero no sólo Calderón. Su predecesor en el cargo cayó también en ese onanismo mental, porque  ocurrió apenas dejó las cabañas de Los Pinos se fue a refugiar a  Washington, donde ese Fox de «José Luis Borgues» se alcanzó la puntada de publicar un libro, del que The Economist opinó que «es como la presidencia del señor Fox: de muy poco peso». Ah, pero proyanki de cepa, lo redactó en inglés y lo fue a presentar a Washington, y fue entonces:
– Yo atajé a Chávez. Con el retiro de la embajada mexicana en La Habana mandé un mensaje fuerte a Fidel y Hugo para que se quedaran fuera de nuestra política, para que Chávez no estuviera tentado a enviar dinero del petróleo a su candidato presidencial favorito. Fidel y Hugo querían ver al Peje convertir a la democracia mexicana en un régimen de un solo hombre.
Tal dijo Fox, y a propósito: novelista soy; por achaques del oficio me aplico al estudio del ser humano desde ángulos sociológicos, psicológicos, fisiológicos, etc. Lector por oficio, que no beneficio, intento bucear en aguas profundas de personajes como Hamlet, Macbeth, Lear y Ricardo III, o esos modelos del esperpento     que son El Lazarillo, El buscón, La celestina, El diablo cojuelo, La picara Justina, en fin. Trágicos unos, esperpénticos los más, por ellos me asomo al tamaño de reacciones, pasiones y sentimientos desmesurados: amor y celos, odio y crueldad, avaricia, terror y las desbozaladas venganzas junto a la farsa, el astracán, el ridículo. Tales vidas y milagros tomo de espejo (distorsionado) donde mirar mi humana estatua e intentar la hazaña de conocerme y reconocerme, según la clásica exhortación del oráculo de Delfos que Sócrates tomó de divisa: “Conócete a ti mismo”.
Conócete y busca la salud mental, que has de conseguir con arraigo, identidad, vinculación y varios otros elementos, uno de ellos imperativo: la trascendencia que si no la consigues por lo que construyes como biofílico, sí por lo que como necrofílico logres destruir. De la humana necesidad de “no morir del todo” sirva de ejemplo cierto individuo que en Efeso practicaba el oficio de borreguero y, según calculaba su aplastante mediocridad, poco margen tenía de conseguir la tan anhelada trascendencia. Pero sí, la logró cabalmente, ¿y saben ustedes cómo logró trascender? La misma noche en que nacía Alejandro Magno el borreguero incendiaba una de las siete maravillas del mundo antiguo: el templo de Artemisa, la Diana Cazadora. ¿Que si el borreguero logró a trascender? Búsquenlo por su nombre en todos los diccionarios y en todas las enciclopedias: Eróstrato.
Pero el estudio de lo humano no se reduce a los entes literarios o a los de la antigüedad: comienza y termina con seres reales del diario vivir, donde se incluye la fauna que gesticula en ese submundo del surrealismo y el esperpento que es la política del país. Uno de ellos observo, de la vida real, que reputo ala medida de la ficción, así para el drama como para la farsa, y que con holgura pudiese hermanarse con entes de la picaresca como con los condenados del Dante: Fox. ¿Un baquetón, un personaje trágico? ¿Un inconsciente, un irresponsable? (Sigo mañana.)

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