Ajedrez para abuelitos

Así, a lo condescendiente: abuelitos. Que la Universidad de la Tercera Edad, Campus Cumbres, en la Delegación Benito Juárez, según explica la nota del pasado martes, realizó la final del Torneo de Verano 2012 de ajedrez. Que en total se jugaron 256 partidas, «Una de las cualidades que demuestran quienes participan en esta disciplina es el estimulo y desarrollo de habilidades nuevas, capacidades cognitivas, ayuda a la concentración, reflexión, autoconocimiento y control de las emociones».
Muy cierto, mis valedores. El ajedrez es todo eso y mucho más. Y a propósito, ¿conocen ustedes el juego? ¿Lo practican, lo jugaron alguna vez? Los estudiosos afirman que en su forma original nació por el siglo VI en la India por más que algunos, los más modestos, juran que el ajedrez es un regalo de los dioses. Sin más.
Su historia, de todas formas, habla de Persia, de Bagdad, de los musulmanes, del mítico Haroun al Rachid, «que obsequia un juego de mármol a Carlomagno». De ahí a la España de la Edad Oscura, donde va a toparse con Don. Alfonso X, el Sabio, y más tarde a Doña. Isabel la Católica, personaje que, según estudiosos, inspiró la figura de la reina en el tablero de ajedrez. Hoy Occidente mueve torres y alfiles, y todos contentos. Menos los perdidosos, por supuesto.
¿Las figuras del ajedrez? El rey, en primer lugar, siempre acosado por rivales furiosos, a cuya sobrevivencia se avocan la reina o dama, las torres y los alfiles, los peones y los caballos, todo en las 64 casillas de un tablero que representa el campo de batalla medieval, donde los ejecutantes guerrean a base de ataques y contraataques, avances y retrocesos, gambitos y otros engaños, hijos legítimos de técnicas, tácticas y estrategias que lleven a dar jaque mate al rey, y ahí terminó la partida Mis valedores:
Yo jugué el ajedrez. Jorobado sobre el tablero llegué a conocer victorias sobre el rival, pero reculé a tiempo y logré salvarme al abandonar para siempre la práctica del ajedrez. Porque han de saber quienes no lo conocen que no existe hasta ahora juego más absorbente, más apasionante, que ese mítico ajedrez, inspiración de relatos, novelas, leyendas y cintas cinematográficas donde el protagonista termina enloqueciendo o se salva de enloquecer con tan sólo que en el cautiverio dibuje o imagine un tablero, y se concentre en los movimientos de torres, caballos y alfiles en afanes de salvar a su rey. Esto, en pleno Auschwitz…
Abandoné el ajedrez porque me ocurría que la reina con todo y torre, alfil, peón o caballo, como el propio rey, todos se me tornaban humanos. Yo, penduleando de la excitación a la compasión y la angustia, ya aborrecía la agresividad del caballo rival, ya me espantaba la sesgada movilidad del alfil o el avance protervo de la torre contraria, y esto era dolerme en lo vivo por la impotencia de mi dama en apuros, de unos caballos trotando a lo desatinado y de ese patético avance de los peoncitos, tan humanos ellos, que no tenían más remedio que caminar hacia su muerte mientras se antellevaban al rival. En mis huestes en derrota me reflejaba, me daba y me daban lástima por su destino, sentenciado por la mano indecisa de un pusilánime como yo. Trágico.
Y qué experiencia ver desplegados a los dos bandos de «humanos» en lucha, 16 contra 16, dispuestos a desgarrarse entre ellos, cada uno con sus humanísimas formas de ser, y contemplar el fragor de la batalla, y llegar a escuchar alaridos de espanto y…
Más del ajedrez y algunos de sus significados, pasado mañana. (Vale.)

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