Yo no me voy a morir

Tal dijo Unamuno, y no se murió. Lo mató la muerte, que es otro cantar. Por cuanto al tema de la trascendencia que inicié el viernes pasado: en conjunción con la vinculación, el arraigo, la identidad y algunos otros que dan al humano la salud mental, la trascendencia se logra con obras de beneficio colectivo con las que el individuo agradece a Dios, a la Moira o a la Madre Natura el don inconmensurable de la vida, y con las que alienta la secreta esperanza de permanecer en la memoria de los beneficiados. Plantar un árbol, engendrar un hijo, escribir un libro, vale decir: practicar el humanismo para «no morir del todo». La trascendencia, al alcance del humanista como del delincuente, según.

Porque también con acciones negativas se llega a la memoria colectiva. Así han logrado trascender los grandes malhechores a la medida de Barba Azul, El descuartizador y Harry S. Truman, como de dintel adentro los  Goyo Cárdenas, Sobera de la Flor, El Mochaorejas,  tantos…

Así hoy mismo Fox,  el hombre de San Cristóbal,  y así ha de sobrevivir en la memoria colectiva como el corrupto que en su combate personal con el dragón de los tres colores nos resultó también un  sinverguenza que se contaminó  con las lacras del Tricolor, comenzando por una corrupción personal, familiar y de mafia, lucrativa e impune. Fox.

Ese tal  vegeta en su cubil de San Cristóbal con una familia postiza y una fama pública a ras del albañal como primer marido de una primera esposa, segundo de una de segunda, padre de hijos adoptivos que mal se llevan con los adoptivos hijastros, mamadores todos de las «buscas» sexenales. Pero hablando de mediocres…

Anda por ahí un infeliz, golem de pacotilla creado por López Obrador  y en su momento inflado hasta la nausea por la inquina de ciertos medios para atacar al trascuerno al tabasqueño.  Porque al tal Juanito, que a él me refiero,  los “medios” lo calentaron y mandaron a flotar, y perdió la cordura hasta el grado de que tantos lo vieron hace algunos ayeres cargando su estatua (hueca, de barro los pies) en un diablo menos pobre diablo que el aborto de la industria periodística. Así trascendió el Juanito con el que el tabasqueño impuso su ley. Juanitos.

Esto  me remite a otro mediocre hasta el tuétano, que haiga sido como haiga sido logró colarse a la historia, así haiga sido por la puerta de atrás y  valido de una maniobra de malas artes que le granjeó el odio de muchos, de muchos más el desprecio y el aborrecimiento de los más. Maldito per secula seculorum.

El pequeñajo no valía un tanto así, miren, según lo acusaba su biografía personal, chata y vulgar; pero como todo mediocre con aspiraciones padecía la compulsión de la notoriedad. Y cómo lograrla, que sus hechos muy poco valían. ¿Cómo? Abriendo con ganzúa el portón de la historia y colándose por la puerta de atrás. Y fue sí como apenas llegando a donde no merecía incendió, destruyó, provocó ruina y desesperación. Todo en grande, en correspondencia directa con su propia pequeñez de humano redrojillo.

Pero redrojillo y todo logró trascender,  por más que a fuego y ruinas que cimbraron la ciudad, la región, el mundo. Quién como el pequeñajo para la trascendencia negativa y atroz.

Ese, sí,  el que ustedes están pensando. Ese que incendió  el templo de Diana en Efeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo. ¿Que si el borreguero, que tal fue su ocupación, logró trascender? Busquen su nombre en cualquier diccionario:  Eróstrato. ¿Que semejante infeliz no ha sido el único? (Pues…)

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