Sr. Dn. Fernando Lugo, ex-presidente de Paraguay: ¿así que destituido por el Senado de su país? ¿Bastaron sólo dos días, noche a madrugada como se fraguan conjuras y golpes de estado, para determinar que usted no cumplió sus funciones al permitir conflictos en su país? ¿Destituido porque en su gestión se derramó la sangre de 6 policías y 11 campesinos por un pleito de 2 mil hectáreas de tierra propiedad de un ex-senador? Obispo primero y ahora ex-presidente, ya sólo conserva el título de padre de varios niños con madres distintas, y no más. Lóbrego.
Perfecta maniobra, a mi juicio, la del Senado de su país. Previsible la destitución del altísimo compromiso de usted con sus compatriotas. ¿Cómo no ser defenestrado, si en su conciencia carga la sangre que cabe en apenas 17 seres humanos? De heridos, ¿sólo medio centenar? Su estrategia de poquitero vino a perderlo, señor. ¿Pues en dónde quedaron, si intentaba despellejarse la maldición de mediocre, los más de 60 mil cadáveres de su guerra particular? De campesinos, señor, de policías, de narcos, de sospechosos de ser sospechosos. ¿En dónde, si hubiese querido pasar por audaz y valiente, los cientos de miles de heridos, y muchos más desaparecidos, y pueblos fantasmas, negocios cerrados, emigración, miedo pánico? ¿Dónde en su palmarés un daño colateral de miles de niños, ancianos y mujeres inermes? Si quería pasar a la historia por su valentía y audacia atejonado detrás de miles de uniformados, ¿no disponía del monopolio de la fuerza legal? Policías de armas diversas, el ejército en pleno, una PGR que preguntara a los gringos qué hacer y una Secretaría de Marina que se infamase cumpliendo las órdenes de la DEA. ¿Lanzó usted al descrédito a las fuerzas armadas de su país? ¿Al propio país como verguenza internacional porque usted cada día violase los derechos humanos?
Como matancero, señor, nos resultó más nefasto que Hussein, que Osama y los Bush, todos juntos. Como beato del Verbo Encarnado pisoteó la Constitución, aplastó el estado laico y tornó al país coto privado del alto clero político. No debió ser el Senado sino los propios ciudadanos. Pero… en fin.
Diecisiete ataúdes, señor. Ni la burla perdonó a los paraguayos. (Ellos, ¿de acuerdo en su destitución como asesino intelectual? Bien por los guaraníes, ellos con las verguenzas en su lugar). Con toda razón protesta el Senado y toma la decisión de despojarlo de su investidura. Y cómo no destituirlo, si usted no tuvo los arrestos de un visionario, del carnicero al por mayor que convirtiese el territorio guaraní en un camposanto claveteado con más de sesenta mil ataúdes, y de ese modo pasar a la historia como estadista y libertador.
Lástima. No hizo del suelo patrio un velatorio erizado de sangre, luto, dolor, lágrimas. Bien empleada, a mi juicio, su destitución, don Fernando, y aquí el despropósito: gobiernos de la Unión de Naciones del Sur siguen reconociéndolo como presidente legítimo y le ofrecen asilo y seguridad. ¿Asilo a Caín, el judío errante? ¿A Macbeth seguridad, ese que en tanto asesino intelectual del rey Duncan extravió el sueño y en medio del insomnio sabía que en el resto de su vida sería un execrado, al que ningún gobierno de respeto se atrevería a proporcionarle cobijo e impunidad? Señor don Fernando: resígnese. En el escondrijo que logre agenciarse ya no podrá matar campesinos. Sólo matará el tiempo mientras el tiempo asume la responsabilidad justiciera de matarlo a usted. Que sea pronto. (Y ya.)