Tres XXX

Excitante la cita con esa mujer. Asuntos del corazón. Ya al pardear de la tarde arribé al recinto escondido en la entraña del edificio donde ella me recibió con su sonrisa de luz y el rebrillar de sus garzas pupilas. Sabia, diligente, me recostó, desabrochó botones y corrió cremalleras. Yo, semidesnudo, sentí en mi pecho recorrer la tibieza de sus dos manos. Cerré los ojos. Me dejé llevar por los preparativos del ritual. Suspiré. Mi corazón comenzó una irrefrenable taquicardia. Casi virgen y no acostumbrado, ¿no iría a sufrir? Como todo novatón era un penco desbocado, el muy penco. “Tranquilízate”, su aliento tibio en mi oreja. “¿Es tu primera vez?” La segunda. Le tuve que describir la primera. «Fue en un camastro, con un varón».

Me escuchó, y entre sofocos llegamos al final. Pero tanto le había interesado mi primera vez, que  la anotó en una carpeta.  «¿En un camastro?»

– Del ISSSTE, sí.

Y que ya en el camastro el facultativo se me vino encima echando mano a sus fierros como queriendo operar; bitoques, agujas, estetoscopio y ese aparato con el que mi corazón trazó caligrafías como palotes de párvulo que, juró el del ISSSTE, eran simples latidos, y el resultado del examen: un corazón perfecto y normal, pero caprichoso y excéntrico. Un costalito de mañas, mi corazón. “Obsérvelo, me dijo el cardiólogo.  Todo marcha a compás, pero enrevesado”. Algo que mal pude entender, a lo neófito, y que yo esa tarde explicaba a mi amiga la doctora:  al modo de Calderón, que es zurdo de derecha, mi ventrículo derecho resultó de rosca zurda, razón por la que la aurícula envía la sangre al contraflujo, cuando lo cristiano en este país es que irrigue sólo el área derecha, la del Verbo Encarnado. «No, y las precordiales están emplazadas en el centro-izquierda». Y los espasmos. Que lo raro es que se acalambren de aquí para allá en lugar de fruncirse de allá para acá. “Extraño. ¿Puedo sacarle algunas gráficas extra para los Colegios de Medicina?”

“Y una más para Ripley.  Para Casos de Alarma.

Tal fue mi primera vez. Ahora, tras del examen a que me sometió la amiga  doctora, mis niñas se clavaban en esos signos indescifrables que mi corazón, con la inhabilidad de niño de párvulos, había rayoneado en el papel, resultado del electrocardiograma que, según la doctora, mostraba las excelencias de un corazón sano al ciento por ciento. Sin más.

“¿Pero por qué un electrocardiograma, compañero? ¿Algún dolorcillo en el pecho, el brazo izquierdo, en la..?”

Ningún dolor. Precaución. Fuerte y sano me sentía cuando fui a consultarla. «¿Entonces?»

Le expuse la razón de mi pánico ante el riesgo de que se me pare. “La tensión a que lo somete la politiquería barata, carísima.  Millones de anuncios publicitarios, imagínate. Proyectos, promesas, buenas intenciones, planes y compromisos de unas campañas loderas, excrementosas. Yo, con mis ventriculitos enrevesados, temo que mi corazón no resista la segunda agresión: conocer al que seis años va a manosear el país. ¿Te imaginas?»

Se regreso a mi soledad ya era noche cerrada, ya acompasado el latir de un corazón ahora tranquilo, pacífico después de que la amiga doctora me lo amansó.  Y la paz.

¿La paz? Cuál paz.  En mi primer sueño sonó el celular. La doctora: «No puedo dormir. Taquicardia. Temo que no resista mi corazón. Todo fue culpa mía».

Imprudencia la suya. Que sin medir el peligro escuchó todo el debate de los candidatos.  «¿Algo en tus grillas de teoría política pudiera calmarlo?»

Ya no pude dormir. (Tétrico.)

Un comentario en “Tres XXX”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *