Humor inestable de madre Natura, mis valedores, que debe andar en sus días premenstruales o ya de plano con síntomas de menopausia, porque así trae a sus hijos en el desatino total. ¿Por qué hace de junio su agosto con semejantes calores, fríos invernales, veraniegas tormentas y ventarrones que encelan a un sol como toro en brama? ¿En qué quedamos, pues? Más seriedad con mensajeras tan revoltosas como Carlotta, madre Natura. ¿O acaso no se conduele de este otro ciclón Carlotta en el que los mercachifles de la política traen a sus entenados como pollos descabezados?
Recuerdo, a todo esto, el ventarrón que sacudió la tarde aquella que se me tornó inolvidable. El susodicho llegó de mal humor, emberrinchado, embistiendo todo a su paso, y esto fue derribar árboles, cerrar de golpe ventanas y puertas y secuestrar la energía eléctrica de mi arrabal. Yo, que en la internet viajaba por tierras exóticas, de Palestina y su vecino crudelísimo, me sobresalté: ¿y ese estrépito? ¿Los terroristas “al por menor” de Al-Qaeda, como los denomina Noam Chomsky, que así responden al terrorismo imperial de todo un Nobel de la Paz?
Desde el mediodía se insinuaba el rezongo climático, con aquel calorón que parecía resuello de un soterrado don Goyo y que mantenía la ciudad en rescoldo. En el bochorno del alto sol, los pulmones de la megalópolis con fuelles recalentados: allá, la manada de sirenas en brama que serían de patrullas, que serían de ambulancias, vaya Dios a saber. Y aquel jadear de motores sobreexcitados, y el llanto de la Caribe, que los rapaces de lo ajeno, no pudiendo raptársela, abandonaron despeinada y doliéndose a gritos desde todas sus alarmas, que hagan de cuenta sota moza a la hora de malparir.
Yo, churretes y goterones de sudor que desembocaban en el estrecho de mis recónditos dardanelos, por el mare nostrum de la internet navegaba por esos mundos, doliéndome al verlos como lo que son: simples tableros de ajedrez, con el imperio de los premios nobeles de la paz enfrentándose al mundo y jugando las piezas negras, tintas en sangre, pobreza, dolor. Líbano, Irak, la desdichada Iberoamérica de Bolívar, que por negarse a escuchar a Martí ahora tiene que soportar a los proyanquis, titerillos de Washington que hoy mismo, destino de pueblos débiles y mediocres espíritus, en la reunión del denominado G-20, tienen el señalado privilegio de codearse con el asesino de Bin Laden y Premio Nobel de la Paz.
De repente, válgame: a oscuras me fui a quedar y con el ratón en la mano. El de la computadora. Y qué hacer. A la espera de la consigna ancestral: hágase la luz, me recliné en el sillón, y entonces, tras de los bandazos de un viento aborrascado ahí llega embistiendo el chaparrón, jarioso becerro que alborotó la bugamvilia, enceló el limonero y sobresaltó la madreselva y alguna otra madre de esas; a lo furioso, a lo desatinado, como sin puntería, como adolescente primerizo estremecido de urgencias. Y como vino desgarró la cortina de lluvia y desarropó el firmamento, y entonces aquella paz…
La paz aquella, y con la paz, en este mundo doméstico bien barrido y bien bautizado, el milagroso silencio, los verdes recién renacidos y ese cielo que el limpiaparabrisas divino me dejó relujado, rechinando de limpio. Y esta calma y esta paz de día santo, de santo día. El tiempo que se detiene, y pasa frente a mí el pajarillo de la gloria. Allá, lejos, ¿figuraciones mías?, un esquilón. Mis valedores: miré el cielo recién asperjado de luz…
(El resto viene después.)