Fue noticia en el matutino del domingo pasado: «En México, tres de cada diez mujeres votan por quien ordena su pareja. Los estados con mayor porcentaje de ciudadanas que piden permiso para decidir por quién votar son Chiapas, San Luis Potosí, Durango, Coahuila e Hidalgo».
Para certificar la noticia: en las pasadas elecciones el reportero recorrió diversos puntos de la ciudad y entrevistó a diversas mujeres, entre ellas una vecina de por el Centro Histórico: “Señora, ¿fue usted a sufragar en las pasadas elecciones?”
– ¿Yo? No, fíjese que yo no fui a votar, lástima. Es que vi que ya iba a ir mi marido, y entonces le dije: “yo le voy al que tú escojas, total, de todas maneras va a ganar el de siempre, ¿no? O sea el PRI”.
Mis valedores: ¿para semejante cultura política tanta alharaca de IFEs, TRIFEs, debates, encuestas, «spots», y nosotros paguemos una factura de decenas de miles de millones? Ya nos faltaron al respeto. De la cultura del voto: ¿a cuánto ascienden las cifras del abstencionismo y el voto anulado en cada proceso electoral? Qué elocuente, al respecto, la citada encuesta con amas de casa en distintos puntos de la ciudad: “Señora: ¿votó usted el pasado proceso electoral?”
– Bueno, no, yo no fui a votar, la verdad.
– ¿Por qué no fue a cumplir con un deber y un derecho cívico del ciudadano?
– Porque el domingo me tocó lavada. Pero para el próximo domingo, primero Dios, no voy a fallarle a las elecciones. Me voy a dar un tiempito.
A una vecina más: “Señora: ¿usted votó en las pasadas elecciones?”
– ¿Votar yo? ¿Para traer todo el día mi pulgar amarillo? Mire mis manos: limpiecitas.
A una joven: «Señorita, ¿fue usted a votar?»
– No, yo no fui a votar. A mí me cae bien el del PRD, pero ni de chiste que iba a votar por él. Estoy tan salada, dije, que voy, voto por el perredista, y lo más seguro es que pierde las elecciones o los del PRI le hacen tablas el triunfo. Ya sabe usted: urnas embarazadas y esas cosas. Entonces mejor seguí con mi quehacer.
El reportero se acercó a una señora que iba pasando:
– No, no fui a votar. ¿Y sabe por qué no fui? Por consejo de mi confesor. A mí me dijo el padre de mi parroquia: “No votes, hija, mejor arrodíllate y pídele a Dios que mejor salve a este desdichados país”. Me hinqué a rezar por México. Fue mejor que votar, ¿no?
Interrogada otra «ciudadana»: «No, fíjese que ese día me fui de día de campo allá por el Desierto de los Leones. Encontré una casilla y quise votar, pero no me dejaron. Querían que fuera a votar a la casilla que me corresponde, y no, apoco me iba a regresar hasta la San Juan de Aragón, donde vivo con mis suegros».
– ¿Por qué no se regresó a la casilla correspondiente y hubiese cumplido con un deber de todo ciudadano.
– ¿Y regresar con toda la comida ya preparada?
Finalmente la respuesta de una vecina de la Martín Carrera:
– Fui, pero no me dejaron votar.
– Hicieron mal. Así que no le permitieron emitir su voto.
– No, ¿usted cree?
– ¿Por qué no la dejaron votar?
– Porque no me admitieron mi credencial.
– No entiendo, ¿en la casilla correspondiente no le admitieron su credencial de elector?
– No, bueno, es que no era precisamente la credencial de elector, pero sí era mi credencial de LICONSA, para comprar la leche a precio especial. ¿Usted cree?
La encuesta finalizó, y a propósito: ¿sabemos en qué consiste la democracia? La democracia liberal en sus vertientes social, formal, participativa, ¿la conocemos? Lo dicho, mis valedores: ya nos tomaron la medida. (Es México.)