Espantajos

(Inusitado: en un acto de gobierno De la Madrid logró reunir a dos espantajos históricos:  LEA y JLP. Inusitado también: en sus exequias, logró reunir a otros dos, y fue así:)

Existió, mis valedores, un hombrecillo que vivía, solo y su alma, en la medianía de una plantación que cultivó el tanto de 6 años, por más que todo lo que sus manos tocaban se malograba y fruncía. Las pocas vainas y espigas que se lograsen terminarían como botín de animales dañeros que él, temple de jericalla, no se atrevería a enfrentar. Tal situación lo mantenía en la almendra de la angustia y la soledad. Lóbrego.

|           (Porque el temor, si no da vida, mata.)

Al amanecer cada día el granjero dejaba el jergón y salía a examinar el cielo, no fuese ocurrir que un sol demasiado ardoroso sorbiera la humedad del terreno y resecara la plantación. Después se daba a deambular por almácigos, arbustos y árboles frutales, y examinaba el estado en que amanecieron la fruta, el racimo, la vaina la espiga, la flor. Y aquello era allegar tierra a la mata y abono a la tierra y agua al abono y cauces al agua para que regase la tierra Así días, meses, 6 años. Pues sí, pero lástima, porque de todos los males del sembradío la culpa era del hombrecillo; de su torpeza y mediocridad. En fin.

Y ocurrió que para espantar cuervos y gavilancillos predadores de la mazorca dio en clavetear el sembradío con espantajos a cual más de esperpénticos; ventrudos algunos y flacos los más, este disfrazado economista, de político el otro, y uno de sardo y otro de policía que metiesen espanto en las negras alas que tachonaban un cielo estallante de luz.

(Porque la soledad, si no templa, aniquila).

El solitario oteaba los horizontes donde los peñascales se plagan de nuberíos ovachones. Que no llueva más; que el exceso de lluvia no venga a pudrir las raíces; que el granizo no desgarre los retoños. Que…

La plantación se arruinaba. Frutillas en agraz se desprendían de la rama y caían al suelo, se encanijaban los racimos y las vainas se enroscaban, se desfloraban y escupían la semilla, y así el tubérculo, y así la espiga, y así la flor. El solitario, impotente e incompetente ante aquel desastre, como alucinado recorría la plantación, y aquí intentaba resembrar, y allá enriquecer con abono el terreno, y por dondequiera desparramar chorros de agua que de tuviesen la catástrofe, pero nomás la regaba. Y fue entonces…

Al solitario le dio por hablar solo mientras palpaba cada frutilla; olisqueábala, le buscaba la plaga dañera. “¿Será una plaga de insectos? ¿Llegaría con el viento? ¿Qué animalejo predador pudo atacar los racimos mientras yo dormía? ¿Por qué todo lo verde que tocan mis manos se marchita y se torna gris? ¿Por qué?  Y esta angustia, esta soledad ante su torpeza de granjero improvisado”. Miguel.

(Malo cuando el solitario cae en el embeleso del soliloquio. Pésimo.)

Y ocurrió que soledad y torpeza terminaron por hacer mella en el infeliz. Cierto día, ronco de hablar su monólogo, detúvose a la mitad de la finca, en silencio contemplo aquel desastre de hojas, frutas, espigas, racimos, vainas y flor. Desencajó del terreno aquel par de espantajos, se los llevó consigo y de repente sonrió con una enajenada sonrisa, y entonces…

Sereno por vez primera (el grado más alto de la angustia arroja una desesperada serenidad), junto a su propio féretro clavó los dos espantajos, miró los rostros de paja de Calderón y Salinas y así les decía, sonriendo: «Juntos los tres colegas. ¿Platicamos?»

Y es que el hombre, cuando… (En fin.)

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